Al concluir el Vía Crucis en el Coliseo Romano esta noche, el Papa Francisco pronunció una emotiva oración en la que pidió al Señor que nos ayude a ver su cruz en todas las cruces del mundo.
El Pontífice rezó la oración tras presidir el Vía Crucis cuyas meditaciones estuvieron a cargo de la hermana Eugenia Bonetti, religiosa misionera de la Consolata y presidente de la Asociación Slaves no more (Ya no más esclavos) que ayuda a rescata personas de la trata y las acompaña luego en el proceso.
La religiosa explicó hace unos días a ACI Prensa que las personas que sufren la trata hacen que Cristo siga muriendo “en nuestras calles y nos pide ser nosotros mismos samaritanos, nos pide ser nosotros el Cirineo, ser nosotros la Verónica, de secar aquel rostro que tiene lágrimas, sudor, que está sucio por la calle, por la humillación, y Él nos pide hacer esto hoy”.
Las meditaciones las puede encontrar AQUÍ.
A continuación el texto completo de la oración que rezó el Papa Francisco.
Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;
la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;
la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente asaltada continuamente en lo interno y lo externo;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!