El Papa pide que nunca se debilite la tradición del pesebre en Navidad


El Papa Francisco firmó la Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del pesebre en la que pide que la práctica de poner el pesebre en Navidad “nunca se debilite” y que “allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada”.


El Pontífice firmó esta Carta Apostólica este domingo 1 de diciembre, primer domingo de Adviento, en el Santuario Franciscano de Greccio, Italia, donde San Francisco de Asís inició la tradición del pesebre en la Navidad de 1223.

En la Carta Apostólica, el Santo Padre explica que “el belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad”.

Señala que “la representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura”.

“La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.

Además, subraya que con esta Carta pretende “alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas...”.

Asimismo, pregunta: “¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios”.

Como respuesta, señala que “ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia”.

“No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición”.

El origen del pesebre

Por otro lado, en la Carta Apostólica el Papa Francisco se detiene en contar el origen de la tradición cristiana del pesebre y su relación con San Francisco de Asís y la localidad italiana de Greccio.

“Allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén”.

“Es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre”.

El Papa explica que “las fuentes franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: ‘Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno’”.

“Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa”.

Cuando llegó Francisco, “encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado”.

“Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes”.

“Así nace nuestra tradición”, concluye el Papa Francisco, “todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio”.




El Papa Francisco se trasladó este domingo 1 de diciembre a la localidad italiana de Greccio para rezar en el Santuario Franciscano construido alrededor de la gruta donde, en el 25 de diciembre de 1223, San Francisco de Asís estableció el primer pesebre de la historia.

El Pontífice rezó en silencio durante unos minutos en la gruta del pesebre y, a continuación, firmó la Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del pesebre.

Cuando finalizó su oración, se reunió con un grupo de franciscanos y franciscanas y les dirigió algunas palabras y les recordó que “el mensaje más grande de San Francisco es el testimonio. Está la frase: ‘Predicad el Evangelio, si fuese necesario, también con la palabra’. No se trata de hacer proselitismo, de convencer…, es el Espíritu el que convence”.


Luego, subió a la iglesia del Santuario donde presidió la Liturgia de la Palabra. En su breve meditación, el Santo Padre destacó “los muchos pensamientos que se acumulan en la mente en este lugar santo”.

“Y, sin embargo, ante la roca de este monte tan querido para San Francisco, aquello a lo que estamos llamados es a redescubrir la sencillez”, señaló.

Explicó que “el pesebre, que por primera vez San Francisco realizó precisamente en este pequeño espacio, a imitación de la angosta gruta de Belén, habla por sí solo. Aquí no hay necesidad de multiplicar las palabras, porque la escena que se expone ante nuestros ojos expresa la sabiduría de la que tenemos necesidad para adquirir lo esencial”.

“Delante del pesebre descubrimos cómo de importante es para nuestra vida, con frecuencia tan frenética, encontrar momentos de silencio y de oración. El silencio, para contemplar la belleza del rostro de Jesús niño, el Hijo de Dios, nacido en la pobreza de un estable”.

“La oración, para expresar el ‘gracias’ admirado ante este inmenso regalo de amor que se nos ha hecho”.

Para el Papa, el signo del pesebre, “simple y admirable, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos, nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible”.

Al igual que hicieron los pastores de Belén, “acogemos la invitación de ir a la gruta para ver y reconocer el signo que nos ha dado Dios. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría, y podremos llevarla allí donde hay tristeza”.



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