GÉNOVA, 27 May. 17 / 04:16 am (ACI).- El Papa Francisco comenzó su viaje pastoral a la Archidiócesis de Génova, Italia, afirmando, ante trabajadores de la planta siderúrgica Ilva, que “un mundo que no conoce el valor del trabajo, tampoco comprende la eucaristía”.
El Santo Padre respondió a las preguntas y preocupaciones de un trabajador, un desempleado, un empresario y un sindicalista de la planta y reflexionó sobre la dignidad del trabajo.
Empresarios, no especuladores.
En sus respuestas, el Papa recordó que “el empresario es una figura fundamental de toda buena economía. No hay una buena economía sin buenos empresarios. No hay buena economía sin vuestra capacidad de crear, de crear empleo, de crear productos”.
Además, afirmó que “el verdadero empresario conoce a sus trabajadores, porque trabaja junto a ellos, trabaja con ellos. No olvidemos que el empresario debe ser, ante todo, un trabajador. Si él no tiene esta experiencia de la dignidad del trabajo, no será un buen empresario”.
En este sentido, estableció la diferencia entre el buen empresario y el especulador, empezando por su relación con los trabajadores. “A ningún buen empresario le gusta despedir a su gente, y si tiene que hacerlo, siempre es una decisión dolorosa que, si pudiera, no haría. Quien piense resolver los problemas de su empresa despidiendo a gente, no es un buen empresario: es un comerciante. Hoy vende a su gente, mañana venderá su propia dignidad”.
El especulador “es una figura parecida a aquella que Jesús, en el Evangelio, llama ‘mercenario’, para contraponerlo al Buen Pastor”, afirmó el Papa. “El especulador no ama a su empresa, no ama a los trabajadores, sino que ve la empresa y a los trabajadores solo como medios para tener beneficios”. “Despedir, cerrar la empresa no le crea ningún problema”.
“Cuando la economía está formada por buenos empresarios, es amiga de la gente, y de los pobres. Cuando pasa a manos de los especuladores, todo se arruina. Con los especuladores la economía pierde su rostro. Es una economía sin rostro. Una economía abstracta”. “Hay que temer a los especuladores, no a los empresarios”.
La dignidad del trabajo.
Por otro lado, aseguró que “los lugares del trabajo y de los trabajadores son también lugares del pueblo de Dios. El dialogo en los lugares de trabajo no es menos importantes que el diálogo que hacemos en las parroquias o en los solemnes centros de convenciones, porque los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida, y por lo tanto también las plazas y las fábricas son lugares de la Iglesia”.
“Trabajando nos volvemos más personas. Nuestra humanidad florece, los jóvenes se vuelven adultos trabajando. Sobre la tierra hay pocas alegrías más grandes que aquellas que se experimentan trabajando, al igual que se experimentan pocos dolores más grandes que aquellos dolores del trabajo cuando el trabajo explota, aplasta, humilla y mata. El trabajo puede hacer mucho mal porque puede hacer mucho bien”.
El Santo Padre insistió en la dignidad que el trabajo otorga al hombre. “Los hombres y las mujeres se nutren del trabajo como el trabajo es fuente de dignidad. Por esta razón, en torno al trabajo se edifica todo el pacto social. Porque cuando no se trabaja, se trabaja mal, se trabaja poco o se trabaja demasiado, es la democracia la que entra en crisis”.
Es de esta forma en que se deben ver, explicó, los retos que plantean las transformaciones sociales y laborales auspiciadas por el desarrollo tecnológico. “Es necesario mirar sin miedo, pero con responsabilidad, a las transformaciones tecnológicas de la economía y de la vida, y no resignarse a la ideología que imagina un mundo donde solo la mitad o, quizás, dos tercios de los trabajadores trabajarán, y el resto estará mantenido por una asignación social”.
“Hay que tener claro que el objetivo verdadero no es la prestación económica para todos, sino el trabajo para todos. Porque sin trabajo para todos, no habrá dignidad para todos”. “El trabajo de hoy y de mañana será diferente, pero deberá ser trabajo, no jubilación”.
Los valores del trabajo.
Francisco advirtió contra los “nuevos valores de las grandes empresas y de las grandes finanzas que no son valores en línea con la dimensión humana y, por lo tanto, con el humanismo cristiano”.
Como ejemplo de estos “nuevos valores” perjudiciales, habló de la cultura de la competición entre trabajadores en el interior de la empresa: “un error antropológico y humano, y también un error económico, porque olvida que la empresa, primero de todo, es cooperación, mutua asistencia, reciprocidad”.
Otro valor que, en realidad es “un desvalor”, continuó el Santo Padre, es la meritocracia. “La meritocracia fascina mucho, porque emplea una palabra bella, el mérito, pero como la instrumentaliza y la emplea en sentido ideológica, la desnaturaliza y la pervierte”.
“La meritocracia se está convirtiendo en una legitimación ética de la desigualdad”, advirtió. “El nuevo capitalismo, por medio de la meritocracia, da un vestido moral a la desigualdad porque interpreta los talentos de las personas no como un don, sino como un mérito, determinando un sistema de ventajas y desventajas acumulativas”.
La importancia de los días libres.
En respuesta a las preguntas de la trabajadora desempleada, el Obispo de Roma señaló que, quien no es capaz de encontrar trabajo “siente que pierde la dignidad hasta aceptar malos empleos. No todos los trabajos son buenos. Hay muchos trabajos malos y sin dignidad”, aseguró.
También valoró la importancia del tiempo libre, de los días libres, en el trabajo, porque “sin días libres, el trabajo se convierte en esclavitud. Y para tener días libres, necesitamos tener trabajo. En las familias donde hay desempleados, no hay verdaderamente domingo, y las fiestas se convierten en días de tristeza porque falta el trabajo del lunes. Para celebrar los días de fiesta es necesario poder celebrar el trabajo”.
Por último, invitó a hacer oración “antes, durante y después del trabajo”, e invitó a recitar aquellas oraciones de nuestros padres y abuelos, que, muchas veces, “eran oraciones del trabajo”.
“El trabajo también es amigo de la oración. El trabajo está presente también en la eucaristía, cuyos dones son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Un mundo que no conoce los valores del trabajo, tampoco comprende la eucaristía. El campo, el mar, las fábricas, han sido siempre altares de los cuales se han alzado oraciones bellas que Dios ha escuchado y acogido”, concluyó.
En sus respuestas, el Papa recordó que “el empresario es una figura fundamental de toda buena economía. No hay una buena economía sin buenos empresarios. No hay buena economía sin vuestra capacidad de crear, de crear empleo, de crear productos”.
Además, afirmó que “el verdadero empresario conoce a sus trabajadores, porque trabaja junto a ellos, trabaja con ellos. No olvidemos que el empresario debe ser, ante todo, un trabajador. Si él no tiene esta experiencia de la dignidad del trabajo, no será un buen empresario”.
En este sentido, estableció la diferencia entre el buen empresario y el especulador, empezando por su relación con los trabajadores. “A ningún buen empresario le gusta despedir a su gente, y si tiene que hacerlo, siempre es una decisión dolorosa que, si pudiera, no haría. Quien piense resolver los problemas de su empresa despidiendo a gente, no es un buen empresario: es un comerciante. Hoy vende a su gente, mañana venderá su propia dignidad”.
El especulador “es una figura parecida a aquella que Jesús, en el Evangelio, llama ‘mercenario’, para contraponerlo al Buen Pastor”, afirmó el Papa. “El especulador no ama a su empresa, no ama a los trabajadores, sino que ve la empresa y a los trabajadores solo como medios para tener beneficios”. “Despedir, cerrar la empresa no le crea ningún problema”.
“Cuando la economía está formada por buenos empresarios, es amiga de la gente, y de los pobres. Cuando pasa a manos de los especuladores, todo se arruina. Con los especuladores la economía pierde su rostro. Es una economía sin rostro. Una economía abstracta”. “Hay que temer a los especuladores, no a los empresarios”.
La dignidad del trabajo.
Por otro lado, aseguró que “los lugares del trabajo y de los trabajadores son también lugares del pueblo de Dios. El dialogo en los lugares de trabajo no es menos importantes que el diálogo que hacemos en las parroquias o en los solemnes centros de convenciones, porque los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida, y por lo tanto también las plazas y las fábricas son lugares de la Iglesia”.
“Trabajando nos volvemos más personas. Nuestra humanidad florece, los jóvenes se vuelven adultos trabajando. Sobre la tierra hay pocas alegrías más grandes que aquellas que se experimentan trabajando, al igual que se experimentan pocos dolores más grandes que aquellos dolores del trabajo cuando el trabajo explota, aplasta, humilla y mata. El trabajo puede hacer mucho mal porque puede hacer mucho bien”.
El Santo Padre insistió en la dignidad que el trabajo otorga al hombre. “Los hombres y las mujeres se nutren del trabajo como el trabajo es fuente de dignidad. Por esta razón, en torno al trabajo se edifica todo el pacto social. Porque cuando no se trabaja, se trabaja mal, se trabaja poco o se trabaja demasiado, es la democracia la que entra en crisis”.
Es de esta forma en que se deben ver, explicó, los retos que plantean las transformaciones sociales y laborales auspiciadas por el desarrollo tecnológico. “Es necesario mirar sin miedo, pero con responsabilidad, a las transformaciones tecnológicas de la economía y de la vida, y no resignarse a la ideología que imagina un mundo donde solo la mitad o, quizás, dos tercios de los trabajadores trabajarán, y el resto estará mantenido por una asignación social”.
“Hay que tener claro que el objetivo verdadero no es la prestación económica para todos, sino el trabajo para todos. Porque sin trabajo para todos, no habrá dignidad para todos”. “El trabajo de hoy y de mañana será diferente, pero deberá ser trabajo, no jubilación”.
Los valores del trabajo.
Francisco advirtió contra los “nuevos valores de las grandes empresas y de las grandes finanzas que no son valores en línea con la dimensión humana y, por lo tanto, con el humanismo cristiano”.
Como ejemplo de estos “nuevos valores” perjudiciales, habló de la cultura de la competición entre trabajadores en el interior de la empresa: “un error antropológico y humano, y también un error económico, porque olvida que la empresa, primero de todo, es cooperación, mutua asistencia, reciprocidad”.
Otro valor que, en realidad es “un desvalor”, continuó el Santo Padre, es la meritocracia. “La meritocracia fascina mucho, porque emplea una palabra bella, el mérito, pero como la instrumentaliza y la emplea en sentido ideológica, la desnaturaliza y la pervierte”.
“La meritocracia se está convirtiendo en una legitimación ética de la desigualdad”, advirtió. “El nuevo capitalismo, por medio de la meritocracia, da un vestido moral a la desigualdad porque interpreta los talentos de las personas no como un don, sino como un mérito, determinando un sistema de ventajas y desventajas acumulativas”.
La importancia de los días libres.
En respuesta a las preguntas de la trabajadora desempleada, el Obispo de Roma señaló que, quien no es capaz de encontrar trabajo “siente que pierde la dignidad hasta aceptar malos empleos. No todos los trabajos son buenos. Hay muchos trabajos malos y sin dignidad”, aseguró.
También valoró la importancia del tiempo libre, de los días libres, en el trabajo, porque “sin días libres, el trabajo se convierte en esclavitud. Y para tener días libres, necesitamos tener trabajo. En las familias donde hay desempleados, no hay verdaderamente domingo, y las fiestas se convierten en días de tristeza porque falta el trabajo del lunes. Para celebrar los días de fiesta es necesario poder celebrar el trabajo”.
Por último, invitó a hacer oración “antes, durante y después del trabajo”, e invitó a recitar aquellas oraciones de nuestros padres y abuelos, que, muchas veces, “eran oraciones del trabajo”.
“El trabajo también es amigo de la oración. El trabajo está presente también en la eucaristía, cuyos dones son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Un mundo que no conoce los valores del trabajo, tampoco comprende la eucaristía. El campo, el mar, las fábricas, han sido siempre altares de los cuales se han alzado oraciones bellas que Dios ha escuchado y acogido”, concluyó.