El Papa Francisco preside una liturgia penitencial en el Centro de Cumplimiento de Menores Las Garzas de Pacora, ubicado a unos 40 kilómetros de la ciudad de Panamá.
El Director interino de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, explicó el 18 de enero que “es la primera vez que en una JMJ se lleva a cabo una liturgia penitencial dentro de una cárcel”, y que “el Papa quiso tener una atención especial con estos jóvenes que no pueden salir para participar”.
A continuación la homilía completa del Santo Padre:
«Este recibe a los pecadores y come con ellos» acabamos de escuchar en el evangelio (Lc 15,2). Y eso lo que murmuraban algunos fariseos y escribas bastante escandalizados, bastante molestos por el modo como se comportaba Jesús.
Con esa expresión pretendían descalificarlo, desvalorizarlo delante de todos, pero lo único que consiguieron fue señalar una de las actitudes más comunes, más distintiva, más linda: «este recibe a los pecadores y come con ellos». Y todos somos pecadores, todos, y por eso nos recibe Jesús con cariño a todos los que estamos acá y si alguno no se siente pecador de todos los que estamos aquí, sepa que Jesús no lo va a recibir, se pierde lo mejor
Jesús no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un montón de razones, cargaban sobre sus espaldas con el odio social como eran los publicanos ―recordemos que los publicanos se enriquecían en base a saquear a su mismo pueblo; ellos provocaban mucha, pero mucha indignación― o también tenían el odio social porque tenían algún error en su vida o equivocaciones como los así llamados pecadores. Jesús lo hace porque sabe que en el cielo hay más fiesta por uno solo de los que se equivocan, de los pecadores convertidos, que por noventa y nueve justos que permanecen bien.
Mientras esta gente se limitaban tan solo a murmurar o indignarse porque Jesús se juntaba con la gente señalada por algún error social, algún pecado, y cerraban las puertas de la conversión, del diálogo con Jesús, Jesús se acerca y se compromete. Jesús pone en juego su reputación e invita siempre a mirar un horizonte capaz de hacer nueva la vida de hacer nueva la historia. Todos, todos, todos tenemos un horizonte, todos. “Yo no lo tengo”, puede decir alguno. Abrí la ventana y lo vas a encontrar abrí la ventana de tu corazón, abrí la ventana a Jesús y lo vas a encontrar. Todos tenemos un horizonte.
Son dos miradas bien diferentes que se contraponen: la de Jesús y la de estos doctores de la ley. Una mirada estéril, infecunda, la de la murmuración y el chisme que siempre esta hablando mal de los otros y se siente justo; y otra que invita a la transformación y conversión, que es la del Señor, la de una vida nueva como vos expresaste recién.
La mirada de la murmuración y el chisme
Y esto no es de aquella época, es de hoy también. Muchos no toleran y no les gusta esta opción de Jesús, es más, entre dientes al principio y con gritos al final, manifiestan su disgusto buscando desacreditar este comportamiento de Jesús y el de todos aquellos que están con él. No aceptan, rechazan esta opción de estar cerca y ofrecer nuevas oportunidades. Esta gente condena de una vez para siempre, descalifica de una vez para siempre y se olvidan que a los ojos de Dios ellos están descalificados y necesitan ternura necesitan de amor y de comprensión, pero no lo quieren aceptar.
Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que congelan y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las personas. Le ponemos etiquetas a la gente, este es así, este hizo esto, así, así son la gente que murmuran, los chismosos son así. Estos rótulos que, en definitiva, lo único que logran es dividir: acá están los buenos y allá están los malos; acá están los justos y allá los pecadores. Y eso Jesús no lo acepta, eso es la cultura del adjetivo. Nos encanta adjetivar a la gente, nos encanta. ¿Vos como te llamás? Me llamo bueno. No, ese es un adjetivo. ¿Cómo te llamás? Ir al nombre de la persona, quién sos, qué haces, qué ilusiones tenés, cómo siente tu corazón. A los chismosos no les interesa, buscan rápido la etiqueta para sacárselos de encima. La cultura del adjetivo que descalifica a la persona, piénselo eso, para no caer en esto que se nos ofrece tan fácilmente en la sociedad.
Esta actitud contamina todo porque levanta un muro invisible que hace creer que marginando, separando o aislando se resolverán mágicamente todos los problemas. Y cuando una sociedad o comunidad se permite esto y lo único que hace es cuchichear, chismear y murmurar, entra en un círculo vicioso de divisiones, reproches y condenas. Curioso, esta gente que no acepta a Jesús así y lo que nos enseña, es gente que está siempre peleada entre ellos, entre los que se llaman “justos”.
Además es una actitud social de marginación, exclusión y de una confrontación tal que les hace decir irresponsablemente como Caifás: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11,50). No, mejor que estén guardados todos aquí, no vengan a molestar. Es duro esto. Y con esto se tuvo que enfrentar Jesús y con esto nos enfrentamos hoy.
Y normalmente el hilo se corta por la parte más fina: la de los más débiles e indefensos, que son los que más sufren estas condenas sociales.
Qué dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación.
La mirada de la conversión, la otra mirada
En cambio, todo el evangelio está marcado por esta otra mirada que no es nada más y nada menos que la que nace del corazón de Dios. Dios nunca te va a echar, Dios no echa a nadie. Dios te dice, vení. Dios te espera y te abraza y si vos salís del camino te busca y te abraza.
El Señor quiere hacer fiesta cuando ve a sus hijos que retornan a casa (cf. Lc 15,11-32). Así lo testimonió Jesús manifestando hasta el extremo el amor misericordioso del Padre.
Tenemos padre, como dijiste vos. Me gustó esa confesión tuya, tenemos Padre. Tengo un Padre, cosa linda.
Un amor, el de Jesús, que no tiene tiempo para murmurar, sino que busca romper el círculo de la crítica superflua e indiferente, neutra y aséptica. Te doy gracias Señor, decía aquel doctor de la ley porque no soy como ese. Estos que creen que tienen el alma puriificada y a veces en una ilusión de vida aséptica que no sirve para nada.
Una vez escuché decir a un campesino decir que el agua más pura cuál es, el agua destilada, decía él, pero usted sabe padre que cuando la tomo no tiene sabor a nada. Así es la vida de los que están criticando, chismeando, separados de los demás. Se sienten tan puros que no saben a nada, son incapaces de convocar a alguien, viven para cuidarse, para hacerse la cirugía estética en el alma y no para tender la mano a otros y ayudarlos a crecer, que es lo que hace Jesús, que acepta la complejidad de la vida y de cada situación.
El amor de Jesús es un amor que inaugura una dinámica capaz de ofrecer caminos y oportunidades de integración y transformación, de sanación y de perdón, caminos de salvación. Comiendo con publicanos y pecadores, Jesús rompe la lógica que separa, excluye, aísla y divide falsamente entre “buenos y malos”. Y no lo hace por decreto o con buenas intenciones, tampoco con voluntarismos o sentimentalismos ¿Cómo lo hace Jesús? Lo hace creando vínculos capaces de posibilitar nuevos procesos; apostando y celebrando cada paso posible. Por eso Jesús, cuando Mateo se convierte, no le dice bueno te felicito, veni conmigo, sino que le dice hagamos fiesta en su casa. El chismoso, el que se para, no sabe hacer fiesta porque tiene el corazón amarrado. Crear vínculos, hacer fiesta es lo que hace Jesús.
Así rompe también con otra murmuración nada fácil de detectar y que “taladra los sueños” porque repite como susurro continuo: no vas a poder, no vas a poder. ¿Cuántas veces ustedes la han sentido aquí? Cuidado. Eso es como la polilla que te va comiendo por dentro, cuando vos sentís que no vas a poder, date un cachetazo y piensa que sí vas a poder, lo vas a lograr.
Es el cuchicheo interior que aparece en quien, habiendo llorado su pecado y consciente de su error no cree que pueda cambiar. Es cuando se cree interiormente que el que nació “publicano” tiene que morir “publicano”; y esto no es verdad. El evangelio nos dice todo lo contrario. Once de los doce apóstoles eran pecadores pesados, porque cometieron el peor de los pecados, abandonaron a su maestro, otros renegaron de e, otros se fueron lejos, traicionaron los apóstoles y Jesús los fue buscando y son los que cambiaron el Universo.
A ninguno se le ocurrió, pensó “no vas a poder”. Cuidado con la polilla del no vas a poder.
Amigos: Cada uno de nosotros es mucho más que sus rótulos. Es mucho más que los adjetivos que nos quieren poner, que la condena que nos impusieron. Así Jesús nos lo enseña e invita a creer.
La mirada de Jesús nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los caminos de la superación. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar adelante y no las que los tiran abajo. Escuchen las voces que les hacen ver la ventana y mirar el horizonte. Cada vez que venga la polilla del no vas a poder, responder que si vas a poder.
La alegría y la esperanza del cristiano ―de todos nosotros, también del Papa― nace de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios que nos dice: vos sos parte de mi familia y no puedo dejarte a la intemperie. Eso es lo que nos dice Dios a cada uno. Vos sos parte de mi familia y no te voy a dejar tirado en la cuneta.
No puedo perderte en el camino, estoy aquí contigo. ¿Aquí? Sí Señor, aquí. Es haber sentido como lo compartiste vos, Luis, que en aquellos momentos que parecía que todo se había acabado algo te dijo:
¡No! Todo no ha terminado, porque tenés un propósito grande que te permite comprender que el Padre Dios estaba y está con todos nosotros y nos regala personas con las que caminar y ayudarnos a alcanzar nuevas metas.
Y así Jesús transforma la murmuración en fiesta y nos dice: “¡Alégrense conmigo!”. Vamos a hacer fiesta. En la parábola del hijo pródigo me gustó una vez que encontré una traducción dice que el padre dijo que “vamos a hacer fiesta”. Una traducción decía, y ahí empezó el baile: la alegría con la que somos recibidos por Dios, empezó el baile.
Hermanos: Ustedes son parte de la familia, ustedes tienen mucho para compartir, ayúdennos a saber cuál es la mejor manera para estar y acompañar el proceso de transformación que, como familia, todos necesitamos. Todos.
Una sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e insensible. El chisme. Una sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Esa comunidad es sana.
Y si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se rinde y lo vuelve a intentar. Todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar estos caminos, a intentarlo de nuevo. Es una alianza que tenemos que animarnos a realizar: ustedes, chicos, chicas, los responsables de la custodia y las autoridades del Centro y del Ministerio, todos, y sus familias, así como los agentes de Pastoral.
Todos, peleen y peleen, pero no entre ustedes por favor, para encontrar y buscar los caminos de inserción y transformación. Eso el Señor lo bendice, esto el Señor lo sostiene y esto el Señor lo acompaña.
En breve continuaremos con la celebración penitencial donde todos podremos experimentar la mirada del Señor, que no mira un adjetivo, nunca, sino que un hombre, los ojos, el corazón, no mira una condena sino que mira hijos. Mirada de Dios que desmiente las descalificaciones y nos da la fuerza para crear esas alianzas necesarias que nos ayudan a todos a desmentir las murmuraciones, esas alianzas fraternas que permiten que nuestras vidas sean siempre una invitación a la alegría de la salvación, a la alegría de tener un horizonte adelante, a la alegría de tener una fiesta de hijos. Vayamos por este camino, gracias.