1° Dia del Papa Francisco en Rumania


El Papa Francisco llegó a Rumanía y comienza su visita apostólica
El Papa Francisco se encuentra ya en Rumanía para comenzar su viaje apostólico desde este viernes 31 de mayo hasta el próximo domingo 2 de junio.




El avión de la compañía italiana Alitalia que trasladó al Santo Padre despegó del aeropuerto de Roma Fiumicino a las 8.10 de la mañana, hora italiana, y aterrizó en el aeropuerto Henri Coandă-Otopeni de Bucarest a las 11.30 hora de Rumanía.

A su llegada al aeropuerto de la capital rumana, esperaban al Pontífice el presidente de Rumanía, Klaus Werner Iohannis, junto con su mujer. También dos niños vestidos con traje tradicional saludaron al Papa y le entregaron un ramo de flores.

Junto a la zona de autoridades, 400 fieles recibieron al Santo Padre con banderas y cánticos. Después de atravesar la Guardia de Honor, el Papa Francisco saludó a los Obispos de Rumanía y, a continuación, se trasladó en auto al Palacio Cotroceni, sede de la Presidencia de Rumanía, donde tendrá lugar la ceremonia de bienvenida.

Durante el trayecto en avión entre Roma y Bucarest, el Papa dirigió a los periodistas acreditados que lo acompañaban unas breves palabras en italiano: “Buenos días y gracias por la compañía en este viaje. Nos dicen que el tiempo no será bueno, que lloverá, pero esperemos que suceda lo mismo que en Bulgaria, que decíamos eso mismo y al final todo fue bien. Gracias por vuestro trabajo y vuestra compañía”.

Según informó el Vaticano, este viaje del Papa Francisco a Rumanía tiene, principalmente, un objetivo ecuménico, además de confirmación y fortalecimiento de la comunidad católica del país.

Según informó el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, en un reciente encuentro con medios de comunicación, Alessandro Gisotti, “el tema del ecumenismo de sangre estará muy presente con la beatificación de los siete Obispos greco-católicos mártires en la última jornada”.

De hecho, la beatificación de los Obispos mártires greco-católicos, el domingo 2 de junio, será el acto principal de este viaje. “El dato de la beatificación es muy significativo en el camino de reforzamiento del diálogo entre católicos y ortodoxos”, señaló Gisotti.

El presidente de Rumanía recibe al Papa con honores de Estado

El Papa Francisco visitó al presidente y al primer ministro de Rumanía en su primer acto oficial del viaje apostólico que está realizando en este país desde la mañana de hoy.

El Pontífice, que aterrizó en el aeropuerto internacional de Bucarest a las 11.30 de la mañana, hora local, se trasladó en auto hasta el Palacio Cotroceni, sede de la Presidencia de Rumanía, donde le recibió el presidente Klaus Werner Iohannis y su mujer lo recibieron.

Durante el trayecto, una multitud de personas arroparon al Santo Padre en las calles de Bucarest. Al llegar al Palacio, el presidente y su mujer recibieron al Papa junto a la puerta de entrada del Palacio. A continuación, el Pontífice recibió honores de estado y saludó a autoridades civiles y al cuerpo diplomático.

Finalizados los actos protocolarios, el presidente acompañó al Papa Francisco a interior del Palacio, se realizaron una fotografía oficial, y se dirigieron a la Sala de Honor donde el Santo Padre firmó en el Libro de Honor y se intercambió regalos con el jefe de Estado rumano. Luego mantuvieron un encuentro privado.

“Dios bendiga al pueblo rumano y le conceda caminar unido en paz y prosperidad bajo la materna mirada de la Virgen María”, fue el mensaje escrito por el Papa.

El Papa Francisco regaló al máximo mandatario rumano una medalla en la que, sobre un mapa de Rumanía, se representa la letra “M”, símbolo de la Virgen María, rodeada por una corona de 12 estrellas que simbolizan el triunfo y la victoria. Todo ello enmarcado por una corona de rosas que representan a Rumanía como “el jardín de la Madre de Dios”. En la base de la medalla, una escritura en latín relativa a la fecha del viaje apostólico.

Al finalizar la visita de cortesía, el Papa Francisco se dirigió a la a sala Unirii del Palacio de Cotroceni para presidir el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático acreditado en Rumanía.

Discurso del Papa ante las autoridades, la sociedad civil y diplomáticos en Rumanía
El Papa Francisco pronunció su primer discurso de su viaje apostólico en Rumanía, que está realizando desde esta mañana hasta el próximo domingo 2 de junio, ante las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático acreditado en Rumanía.

En su discurso, el Santo Padre aseguró que, en Rumanía, “la Iglesia Católica no es extranjera, sino que participa plenamente en el espíritu nacional rumano, como lo demuestra la participación de sus fieles en la formación del destino de la nación, en la creación y el desarrollo de estructuras de educación integral y formas de asistencia típicas de un Estado moderno. Por eso, desea contribuir a la construcción de la sociedad y la vida civil y espiritual de vuestra hermosa tierra de Rumania”.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:

Dirijo un cordial saludo y mi agradecimiento al señor Presidente y a la señora Primer Ministro por su invitación a visitar Rumania, y por las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido, también en nombre de las demás Autoridades de la Nación y de vuestro querido pueblo. Saludo a los miembros del Cuerpo Diplomático y a los representantes de la sociedad civil aquí reunidos.

Saludo con deferencia a Su Beatitud el Patriarca Daniel, como también a los Metropolitanos y Obispos del Santo Sínodo, y a todos los fieles de la Iglesia Ortodoxa rumana. Hago extensivo un saludo afectuoso a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a todos los miembros de la Iglesia católica, a los que he venido a confirmar en la fe y a alentar en su camino de vida y de testimonio cristiano.

Me complace estar en vuestra zara frumoasa (tierra hermosa), veinte años después de la visita de san Juan Pablo II, y en el momento en que Rumania, por primera vez desde que se unió a la Unión Europea, preside en este semestre el Consejo Europeo.

Este es un momento propicio para dirigir una mirada de conjunto sobre los últimos treinta años desde que Rumania se liberó de un régimen que oprimía la libertad civil y religiosa, la aislaba de otros países europeos y la llevaba también al estancamiento económico y al agotamiento de sus fuerzas creadoras. Durante este tiempo, Rumania se ha comprometido en la construcción de un proyecto democrático a través del pluralismo de las fuerzas políticas y sociales, y del diálogo recíproco en favor del reconocimiento fundamental de la libertad religiosa y la plena integración del país en el amplio escenario internacional.

Es importante reconocer lo mucho que se ha avanzado en este camino, aun en medio de grandes dificultades y privaciones. El deseo de progresar en los diversos campos de la vida civil, social, cultural y científica ha puesto en marcha tantas energías y proyectos, ha liberado numerosas fuerzas creativas que antes estaban retenidas y ha dado un nuevo impulso a las numerosas iniciativas emprendidas, conduciendo el país al siglo XXI. Los aliento a seguir trabajando para consolidar las estructuras e instituciones necesarias que no sólo den respuesta a las justas aspiraciones de los ciudadanos, sino que estimulen y permitan a su pueblo plasmar todo el potencial e ingenio del que sabemos es capaz.

Al mismo tiempo, es necesario reconocer que las transformaciones requeridas tras la apertura de una nueva etapa han comportado —junto a logros positivos— la aparición de obstáculos inevitables que hay que superar y los efectos colaterales que no siempre son fáciles de gestionar para la estabilidad social y para la misma administración del territorio.

Ante todo, pienso en el fenómeno de la emigración, que ha afectado a varios millones de personas que han abandonado sus hogares y sus países de origen para buscar nuevas oportunidades de trabajo y de una vida digna. Pienso en la despoblación de tantas aldeas, que en pocos años han visto marcharse a un número considerable de sus habitantes; pienso en las consecuencias que todo esto puede tener sobre la calidad de vida en esos territorios y el debilitamiento de sus más ricas raíces culturales y espirituales que los sostuvieron en la adversidad.

Rindo homenaje a los sacrificios de tantos hijos e hijas de Rumania que enriquecen con su cultura, su idiosincrasia y su trabajo, los países donde emigraron y ayudan con el fruto de su empeño a sus familias que quedaron en casa.

Pensar en los hermanos y las hermanas que están en el extranjero es un acto de patriotismo. Es un acto de hermandad. Es un acto de justicia. Continuad haciéndolo.

Para afrontar los problemas de esta nueva fase histórica, para hallar soluciones efectivas y encontrar la fuerza para aplicarlas, hay que aumentar la colaboración positiva de las fuerzas políticas, económicas, sociales y espirituales; es necesario caminar juntos y decidirse todos con convicción a no renunciar a la vocación más noble a la que un Estado debe aspirar: hacerse cargo del bien común de su pueblo.

Caminar juntos, como forma de construir la historia, requiere la nobleza de renunciar a algo del propio punto de vista, o del interés personal específico, en favor de un proyecto más amplio, de tal manera que se pueda forjar una armonía que permita avanzar con seguridad hacia metas comunes. Esta es la nobleza de base.

De esta manera es posible construir una sociedad inclusiva, en la que cada uno, poniendo a disposición sus propios talentos y capacidades, con educación de calidad y trabajo creativo, participativo y solidario (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 192), se transforme en protagonista del bien común donde los más débiles, los más pobres y los últimos no sean vistos como indeseados, como obstáculos que impiden que la “máquina” camine, sino como ciudadanos y hermanos para ser plenamente insertados en la vida civil; es más, sean considerados como la mejor verificación de la bondad real del modelo de sociedad que se está construyendo. De hecho, cuanto más una sociedad se responsabiliza del destino de los más desfavorecidos, tanto más puede llamarse verdaderamente civil.

Todo esto debe tener un alma y un corazón y una clara dirección de marcha, que no esté impuesta por consideraciones extrínsecas o por el poder desenfrenado de los más importantes centros financieros, sino por la conciencia de la centralidad de la persona humana y sus derechos inalienables (cf. ibíd., 203).

Para un desarrollo sostenible y armonioso, para la reactivación concreta de la solidaridad y la caridad, para la sensibilización de las fuerzas sociales, civiles y políticas hacia el bien común, no es suficiente con actualizar las teorías económicas, ni con las técnicas y las habilidades profesionales, aunque sean necesarias. Se trata en efecto de desarrollar, junto con las condiciones materiales, el alma de vuestro pueblo.

En este sentido, las Iglesias cristianas pueden ayudar a redescubrir y alimentar ese corazón palpitante del que brote una acción política y social que partiendo de la dignidad de la persona lleve a comprometerse con lealtad y generosidad por el bien común de la comunidad. Al mismo tiempo, se esfuerzan por convertirse en un reflejo creíble y en un testimonio atractivo de la acción de Dios, promoviendo entre ellas una verdadera amistad y colaboración.

La Iglesia Católica quiere situarse en este cauce, quiere contribuir a la construcción de la sociedad, quiere ser un signo de armonía, esperanza de unidad y ponerse al servicio de la dignidad humana y el bien común. Desea colaborar con las Autoridades, con las demás Iglesias y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para caminar juntos y poner sus talentos al servicio de toda la comunidad.

La Iglesia Católica no es extranjera, sino que participa plenamente en el espíritu nacional rumano, como lo demuestra la participación de sus fieles en la formación del destino de la nación, en la creación y el desarrollo de estructuras de educación integral y formas de asistencia típicas de un Estado moderno. Por eso, desea contribuir a la construcción de la sociedad y la vida civil y espiritual de vuestra hermosa tierra de Rumania.

Señor Presidente: Al mismo tiempo que le deseo a Rumania prosperidad y paz, invoco abundantes Bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia, sobre todos los presentes, así como sobre toda la población de este país.

Que Dios bendiga a Rumanía.

El Papa afirma ante las autoridades rumanas que “la Iglesia católica no es extranjera”
En su primer discurso del viaje apostólico a Rumanía, el Papa Francisco defendió, este viernes 31 de mayo en el Palacio Presidencial de Bucarest, la plena identidad rumana de la Iglesia católica en el País.

El Santo Padre señaló que en Rumanía “la Iglesia Católica no es extranjera, sino que participa plenamente en el espíritu nacional rumano, como lo demuestra la participación de sus fieles en la formación del destino de la nación, en la creación y el desarrollo de estructuras de educación integral y formas de asistencia típicas de un Estado moderno”.

Por eso, “desea contribuir a la construcción de la sociedad y la vida civil y espiritual de vuestra hermosa tierra de Rumania”.

Explicó que “la Iglesia Católica quiere contribuir a la construcción de la sociedad, quiere ser un signo de armonía, esperanza de unidad y ponerse al servicio de la dignidad humana y el bien común. Desea colaborar con las Autoridades, con las demás Iglesias y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para caminar juntos y poner sus talentos al servicio de toda la comunidad”.

En su discurso, el Papa destacó la pluralidad religiosa de Rumanía, un país principalmente ortodoxo donde los católicos son minoría.

Defendió que “las Iglesias cristianas pueden ayudar a redescubrir y alimentar ese corazón palpitante del que brote una acción política y social que partiendo de la dignidad de la persona lleve a comprometerse con lealtad y generosidad por el bien común de la comunidad. Al mismo tiempo, se esfuerzan por convertirse en un reflejo creíble y en un testimonio atractivo de la acción de Dios, promoviendo entre ellas una verdadera amistad y colaboración”.

Por otra parte, el Santo Padre invitó a los rumanos a “dirigir una mirada de conjunto sobre los últimos treinta años desde que Rumania se liberó de un régimen que oprimía la libertad civil y religiosa, la aislaba de otros países europeos y la llevaba también al estancamiento económico y al agotamiento de sus fuerzas creadoras”.

“Durante este tiempo, Rumania se ha comprometido en la construcción de un proyecto democrático a través del pluralismo de las fuerzas políticas y sociales, y del diálogo recíproco en favor del reconocimiento fundamental de la libertad religiosa y la plena integración del país en el amplio escenario internacional”.

Además, también subrayó el reto al que debe hacer frente Rumanía ante el fenómeno de la emigración, “que ha afectado a varios millones de personas que han abandonado sus hogares y sus países de origen para buscar nuevas oportunidades de trabajo y de una vida digna”.

“Pienso en la despoblación de tantas aldeas, que en pocos años han visto marcharse a un número considerable de sus habitantes; pienso en las consecuencias que todo esto puede tener sobre la calidad de vida en esos territorios y el debilitamiento de sus más ricas raíces culturales y espirituales que los sostuvieron en la adversidad”.

Por ello, quiso rendir homenaje “a los sacrificios de tantos hijos e hijas de Rumania que enriquecen con su cultura, su idiosincrasia y su trabajo, los países donde emigraron y ayudan con el fruto de su empeño a sus familias que quedaron en casa”.

“Pensar en los hermanos y las hermanas que están en el extranjero es un acto de patriotismo. Es un acto de hermandad. Es un acto de justicia. Continuad haciéndolo”, exhortó.

Discurso del Papa Francisco al Patriarca Daniel de la Iglesia Ortodoxa de Rumanía
El Papa Francisco realizó una histórica visita a los líderes de la Iglesia Ortodoxa de Rumanía en Bucarest durante su primer día de viaje apostólico a este país de Europa.

Tras reunirse con el Patriarca Daniel en privado, el Santo Padre encontró al Sínodo permanente de la Iglesia Ortodoxa Rumana en el Palacio del Patriarcado a quienes animó a “caminar juntos” en contra de “la cultura del odio” y del individualismo.

En su discurso, el Pontífice señaló que “tenemos necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una ‘cultura del odio’ e individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta” pero que es sin embargo “más persuasiva e igual de materialista”.

En esta línea, el Papa Francisco animó a la Iglesia Ortodoxa a caminar juntos a favor de la sociedad y de la familia para “ir en ayuda de las dificultades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más jóvenes, no con desaliento y nostalgia, como los discípulos de Emaús, sino con el deseo de comunicar a Jesús resucitado, corazón de la esperanza”.

“Necesitamos renovar con el hermano la escucha de las palabras del Señor para que el corazón arda al unísono y el anuncio no se debilite”, expresó.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:

Beatitud, venerables Metropolitas y Obispos del Santo Sínodo: Cristos a înviat! [¡Cristo ha resucitado!] La resurrección del Señor es el corazón del anuncio apostólico, transmitido y custodiado por nuestras Iglesias. El día de Pascua, los Apóstoles se regocijaron al ver al Resucitado (cf. Jn 20,20). En este tiempo de Pascua, también yo me regocijo al contemplar un reflejo de él en vuestros rostros, queridos Hermanos. Hace veinte años, ante este Santo Sínodo, el papa Juan Pablo II dijo: «he venido a contemplar el rostro de Cristo grabado en vuestra Iglesia; he venido a venerar este rostro sufriente, prenda de una nueva esperanza» (Discurso al Patriarca Teoctist y al Santo Sínodo, 8 mayo 1999: Insegnamenti XXII,1 [1999], 938). También yo he venido aquí, peregrino deseoso de ver el Rostro del Señor en el rostro de los hermanos; y, mirándoos, os agradezco de corazón vuestra acogida.

Los lazos de fe que nos unen se remontan a los Apóstoles, testigos del Resucitado, en particular al vínculo que unía Pedro a Andrés, que según la tradición trajo la fe a estas tierras. Hermanos de sangre (cf. Mc 1,16-18), lo fueron también, de manera excepcional, al derramar la sangre por el Señor. Ellos nos recuerdan que hay una fraternidad de la sangre que nos precede, y que, como una silenciosa corriente vivificante nunca ha dejado de irrigar y sostener nuestro caminar a lo largo de los siglos.

Aquí —como en tantos otros lugares actuales— habéis experimentado la Pascua de muerte y resurrección: muchos hijos e hijas de este país, de diferentes Iglesias y comunidades cristianas, han sufrido el viernes de la persecución, han atravesado el sábado del silencio, han vivido el domingo del renacimiento. ¡Cuántos mártires y confesores de la fe! Muchos, de confesiones distintas y en tiempos recientes, han estado en prisión uno al lado del otro apoyándose mutuamente. Su ejemplo está hoy ante nosotros y ante las nuevas generaciones que no han conocido aquellas dramáticas condiciones. Aquello por lo que han sufrido, hasta el punto de ofrecer sus vidas, es una herencia demasiado valiosa para que sea olvidada o mancillada. Y es una herencia común que nos llama a no distanciarnos del hermano que la comparte. Unidos a Cristo en el sufrimiento y el dolor, unidos por Cristo en la Resurrección para que «también nosotros llevemos una vida nueva» (Rm 6,4).

Beatitud, querido Hermano: Hace veinte años, el encuentro entre nuestros predecesores fue un regalo pascual, un evento que contribuyó no sólo al resurgir de las relaciones entre ortodoxos y católicos en Rumania, sino también al diálogo entre católicos y ortodoxos en general. Aquel viaje, que un obispo de Roma realizaba por primera vez a un país de mayoría ortodoxa, allanó el camino para otros eventos similares. Me gustaría dirigir un pensamiento de grata memoria al Patriarca Teoctist. Cómo no recordar el grito espontáneo “Unitate, unitate”, que se elevó aquí en Bucarest en aquellos días. Fue un anuncio de esperanza que surgió del Pueblo de Dios, una profecía que inauguró un tiempo nuevo: el tiempo de caminar juntos en el redescubrimiento y el despertar de la fraternidad que ya nos une.

Caminar juntos con la fuerza de la memoria. No la memoria de los males sufridos e infligidos, de juicios y prejuicios, que nos encierran en un círculo vicioso y conducen a actitudes estériles, sino la memoria de las raíces: los primeros siglos en los que el Evangelio, anunciado con parresia y espíritu de profecía, encontró e iluminó a nuevos pueblos y culturas; los primeros siglos de los mártires, los Padres y confesores de la fe, de la santidad vivida y testimoniada cotidianamente por tantas personas sencillas que comparten el mismo Cielo. Gracias a Dios, nuestras raíces son sanas y sólidas y, aunque su crecimiento ha sido afectado por las tortuosidades y las dificultades del tiempo, estamos llamados, como el salmista, a recordar con gratitud todo lo que el Señor ha realizado en nosotros, a elevar hacia él un himno de alabanza mutua (cf. Sal 77,6.12-13). El recuerdo de los pasos que hemos dado juntos nos anima a continuar hacia el futuro siendo conscientes —ciertamente— de las diferencias, pero sobre todo con la acción de gracias por un ambiente familiar que hay que redescubrir, con la memoria de comunión que tenemos que reavivar y que, como una lámpara, dé luz a los pasos de nuestro camino.

Caminar juntos a la escucha del Señor. Nos sirve de ejemplo lo que el Señor hizo el día de Pascua, cuando caminaba con los discípulos hacia Emaús. Ellos discutían de lo que había sucedido, de sus inquietudes, dudas e interrogantes. El Señor los escuchó pacientemente y con toda franqueza conversó con ellos ayudándolos a entender y discernir lo que había sucedido (cf. Lc 24,15-27).

También nosotros necesitamos escuchar juntos al Señor, especialmente en estos últimos años en que los caminos del mundo nos han conducido a rápidos cambios sociales y culturales. Son muchos los que se han beneficiado del desarrollo tecnológico y el bienestar económico, pero la mayoría de ellos han quedado inevitablemente excluidos, mientras que una globalización uniformadora ha contribuido a desarraigar los valores de los pueblos, debilitando la ética y la vida en común, contaminada en tiempos recientes por una sensación generalizada de miedo y que, a menudo fomentada a propósito, lleva a actitudes de aislamiento y odio.

Tenemos necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una “cultura del odio” e individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta, es sin embargo más persuasiva e igual de materialista. A menudo nos presenta como una vía para el desarrollo lo que parece inmediato y decisivo, pero que en realidad solo es indiferente y superficial. La fragilidad de los vínculos, que termina aislando a las personas, afecta en particular a la célula fundamental de la sociedad, la familia, y nos pide el esfuerzo de salir e ir en ayuda de las dificultades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más jóvenes, no con desaliento y nostalgia, como los discípulos de Emaús, sino con el deseo de comunicar a Jesús resucitado, corazón de la esperanza. Necesitamos renovar con el hermano la escucha de las palabras del Señor para que el corazón arda al unísono y el anuncio no se debilite (cf. vv. 32.35).

El camino llega a su destino, como en Emaús, a través de la oración insistente, para que el Señor se quede con nosotros (cf. vv. 28-29). Él, que se revela al partir el pan (cf. vv. 30-31), llama a la caridad, a servir juntos; a “dar a Dios” antes de “decir Dios”; a no ser pasivos en el bien, sino prontos para alzarse y caminar, activos y colaboradores (cf. v. 33). Las numerosas comunidades ortodoxas rumanas, que allí donde están, colaboran excelentemente con las numerosas diócesis católicas de Europa occidental; son un ejemplo en este sentido. En muchos casos se ha desarrollado una relación de confianza mutua y amistad, alimentada por gestos concretos de acogida, apoyo y solidaridad. A través de esta relación mutua, muchos rumanos católicos y ortodoxos han descubierto que no son extraños, sino hermanos y amigos.

Caminar juntos hacia un nuevo Pentecostés. El trayecto que nos espera va desde la Pascua a Pentecostés: desde esa alba pascual de unidad, que aquí amaneció hace veinte años, nos dirigimos hacia un nuevo Pentecostés. Para los discípulos, la Pascua marcó el inicio de un nuevo camino en el que, sin embargo, los temores y las incertidumbres no habían desaparecido. Así fue hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos alrededor de la Santa Madre de Dios, con un solo Espíritu y en una pluralidad y riqueza de lenguas, fueron testigos del Resucitado con la Palabra y con la vida.

Nuestro camino se ha reanudado a partir de la certeza de tener al hermano a nuestro lado, para compartir la fe fundada en la resurrección del mismo Señor. De Pascua a Pentecostés: tiempo para recogerse en oración bajo la protección de la Santa Madre de Dios, para invocar el Espíritu unos por otros. Que nos renueve el Espíritu Santo, que desdeña la uniformidad y ama plasmar la unidad en la más bella y armoniosa diversidad. Que su fuego consuma nuestras desconfianzas; su viento expulse las reticencias que nos impiden testimoniar juntos la nueva vida que nos ofrece. Que él, artífice de fraternidad, nos dé la gracia de caminar juntos; que él, creador de la novedad, nos haga valientes para experimentar nuevas formas de compartir y de misión. Que él, fortaleza de los mártires, nos ayude a que su sacrificio no sea infecundo.

Queridos hermanos: Caminemos juntos en alabanza de la Santísima Trinidad y en beneficio mutuo para ayudar a nuestros hermanos a ver a Jesús. Os renuevo mi gratitud y os aseguro el afecto, la amistad y la oración mías y de la Iglesia Católica.

Papa Francisco pide al Patriarca Daniel y a Iglesia Ortodoxa de Rumanía “caminar juntos”

El Papa Francisco realizó una histórica visita a los líderes de la Iglesia Ortodoxa de Rumanía en Bucarest durante su primer día de viaje apostólico a este país de Europa en la cual pidió “caminar juntos” a favor de la sociedad y la familia para ir más allá de la “cultura del odio”.

Tras reunirse con el Patriarca Daniel en privado, el Santo Padre encontró al Sínodo permanente de la Iglesia Ortodoxa Rumana en el Palacio del Patriarcado a quienes destacó la “necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una ‘cultura del odio’ e individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta” pero que es sin embargo “más persuasiva e igual de materialista”.

En su discurso, el Santo Padre recordó a los cristianos perseguidos actuales y en la historia de Rumanía, e hizo referencia a los siete obispos greco-católicos mártires que beatificará el próximo domingo. “Aquí -como en tantos otros lugares actuales- han experimentado la Pascua de muerte y resurrección: muchos hijos e hijas de este país, de diferentes Iglesias y comunidades cristianas, han sufrido el viernes de la persecución, han atravesado el sábado del silencio, han vivido el domingo del renacimiento”, afirmó.

“¡Cuántos mártires y confesores de la fe! Muchos, de confesiones distintas y en tiempos recientes, han estado en prisión uno al lado del otro apoyándose mutuamente. Su ejemplo está hoy ante nosotros y ante las nuevas generaciones que no han conocido aquellas dramáticas condiciones”, explicó el Papa.

Por ello, Francisco remarcó que “aquello por lo que han sufrido, hasta el punto de ofrecer sus vidas, es una herencia demasiado valiosa para que sea olvidada o mancillada. Y es una herencia común que nos llama a no distanciarnos del hermano que la comparte”.

Además, el Papa Francisco recordó la visita de San Juan Pablo II a Bucarest en 1999: “hace veinte años, el encuentro entre nuestros predecesores fue un regalo pascual, un evento que contribuyó no solo al resurgir de las relaciones entre ortodoxos y católicos en Rumania, sino también al diálogo entre católicos y ortodoxos en general”.

En esta línea, el Santo Padre destacó que aquella visita de San Juan Pablo II fue la primera vez que un obispo de Roma visitó un país de mayoría ortodoxaocasión que “allanó el camino para otros eventos similares”.

“Me gustaría dirigir un pensamiento de grata memoria al Patriarca Teoctist. Cómo no recordar el grito espontáneo “Unitate, unitate”, que se elevó aquí en Bucarest en aquellos días. Fue un anuncio de esperanza que surgió del Pueblo de Dios, una profecía que inauguró un tiempo nuevo: el tiempo de caminar juntos en el redescubrimiento y el despertar de la fraternidad que ya nos une”, dijo el Papa.

En este sentido, el Papa Francisco señaló la importancia de “caminar juntos con la fuerza de la memoria”. Pero explicó que “no la memoria de los males sufridos e infligidos, de juicios y prejuicios, que nos encierran en un círculo vicioso y conducen a actitudes estériles, sino la memoria de las raíces: los primeros siglos en los que el Evangelio, anunciado con parresia y espíritu de profecía, encontró e iluminó a nuevos pueblos y culturas; los primeros siglos de los mártires, los Padres y confesores de la fe, de la santidad vivida y testimoniada cotidianamente por tantas personas sencillas que comparten el mismo Cielo”.

Asimismo, el Pontífice alentó a la Iglesia Ortodoxa de Rumanía a “caminar juntos a la escucha del Señor” y puso como ejemplo el pasaje evangélico de San Lucas cuando Jesús “caminaba con los discípulos hacia Emaús. Ellos discutían de lo que había sucedido, de sus inquietudes, dudas e interrogantes. El Señor los escuchó pacientemente y con toda franqueza conversó con ellos ayudándolos a entender y discernir lo que había sucedido”.

“También nosotros necesitamos escuchar juntos al Señor, especialmente en estos últimos años en que los caminos del mundo nos han conducido a rápidos cambios sociales y culturales. Son muchos los que se han beneficiado del desarrollo tecnológico y el bienestar económico, pero la mayoría de ellos han quedado inevitablemente excluidos, mientras que una globalización uniformadora ha contribuido a desarraigar los valores de los pueblos, debilitando la ética y la vida en común, contaminada en tiempos recientes por una sensación generalizada de miedo y que, a menudo fomentada a propósito, lleva a actitudes de aislamiento y odio”, expresó.

De este modo, el Santo Padre destacó “la necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una ‘cultura del odio’ e individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta, es sin embargo más persuasiva e igual de materialista. A menudo nos presenta como una vía para el desarrollo lo que parece inmediato y decisivo, pero que en realidad solo es indiferente y superficial”.

“La fragilidad de los vínculos, que termina aislando a las personas, afecta en particular a la célula fundamental de la sociedad, la familia, y nos pide el esfuerzo de salir e ir en ayuda de las dificultades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más jóvenes, no con desaliento y nostalgia, como los discípulos de Emaús, sino con el deseo de comunicar a Jesús resucitado, corazón de la esperanza”, afirmó.

Por último, el Pontífice alentó a “caminar juntos hacia un nuevo Pentecostés” y señaló que “nuestro camino se ha reanudado a partir de la certeza de tener al hermano a nuestro lado, para compartir la fe fundada en la resurrección del mismo Señor” y aseguró las oraciones de la Iglesia Católica:

“Queridos hermanos: Caminemos juntos en alabanza de la Santísima Trinidad y en beneficio mutuo para ayudar a nuestros hermanos a ver a Jesús. Les renuevo mi gratitud y les aseguro el afecto, la amistad y la oración mías y de la Iglesia Católica”, concluyó.

Discurso del Papa Francisco antes del rezo del Padrenuestro en Rumanía
Este viernes, en durante el primer día de su viaje a Rumanía, el Papa Francisco participó en el rezo del Padrenuestro en la nueva Catedral Ortodoxa junto a las autoridades ortodoxas del país. 

A continuación el discurso que el Pontífice pronunció antes del rezo de la oración que enseñó Jesús:

Beatitud, querido Hermano, Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera expresarles mi gratitud y mi emoción al encontrarme en este templo santo, que nos reúne en unidad. Jesús invitó a los hermanos Andrés y Pedro a abandonar las redes para convertirse en pescadores de hombres (cf. Mc 1,16-17). La llamada de uno de ellos no está completa sin la de su hermano. Hoy queremos elevar, los unos junto a los otros, desde el corazón de este país, la oración del Padrenuestro. En ella está contenida nuestra identidad de hijos y, hoy de manera particular, de hermanos que rezan uno al lado del otro. La oración del Padrenuestro contiene la certeza de la promesa hecha por Jesús a sus discípulos: «No os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), y nos brinda la confianza para recibir y acoger el don del hermano. Por eso, quisiera compartir algunas palabras como reparación para la oración que pronunciaré por nuestro camino de fraternidad y para que Rumania siempre pueda ser hogar de todos, tierra de encuentro, jardín donde florezca la reconciliación y la comunión.

Cada vez que decimos “Padre nuestro” reiteramos que la palabra Padre no puede ir sin decir nuestro. Unidos en la oración de Jesús, nos unimos también en su experiencia de amor y de intercesión que nos lleva a decir: Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro (cf. Jn 20,17). Es la invitación a que lo “mío” se transforme en nuestro y lo nuestro se haga oración. Ayúdanos, Padre, a tomar en serio la vida del hermano, a hacer nuestra su historia. Ayúdanos a no juzgar al hermano por sus acciones y sus límites, sino a acogerlo sobre todo como hijo tuyo. Ayúdanos a vencer la tentación de sentirnos como hijos mayores, que a fuerza de estar en el centro se olvidan del don que es el otro (cf. Lc 15,25-32).

A ti, que estás en el cielo, un cielo que abraza a todos y en el que haces salir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos (cf. Mt 5,45), te pedimos aquella concordia que en la tierra no hemos sabido custodiar. Te la pedimos por intercesión de tantos hermanos y hermanas en la fe que viven juntos en tu Cielo, después de haber creído, amado y sufrido mucho, incluso en nuestros días, por el simple hecho de ser cristianos.

Como ellos, también nosotros queremos santificar tu nombre, poniéndolo en el centro de todos nuestros intereses. Que sea tu nombre, Señor, y no el nuestro el que nos mueva y despierte a vivir la caridad. Cuántas veces, mientras oramos, nos limitamos a pedir gracias y a enumerar peticiones, olvidándonos que lo primero es alabar tu nombre, adorarte, para poder reconocer en la persona del hermano que nos has puesto al lado tu vivo reflejo. En medio de tantas cosas que pasan y por las que nos afanamos, ayúdanos, Padre, a buscar lo que permanece: tu presencia y la del hermano.

Estamos a la espera de que venga tu reino: lo pedimos y lo deseamos porque vemos que las dinámicas del mundo no lo facilitan. Dinámicas orientadas por la lógica del dinero, de los intereses, del poder. Cuando nos encontramos sumergidos en un consumismo cada vez más desenfrenado, que cautiva con resplandores deslumbrantes pero efímeros, ayúdanos, Padre, a creer en lo que imploramos: a renunciar a las cómodas seguridades del poder, a las engañosas seducciones de la mundanidad, a las vanas presunciones de creernos autosuficientes, a la hipocresía de guardar las apariencias. De esta manera no perderemos de vista ese Reino al que tú nos llamas.

Hágase tu voluntad, no la nuestra. «La voluntad de Dios es que todos se salven» (S. Juan Casiano, Colaciones, IX, 20). Necesitamos, Padre, ampliar nuestros horizontes para no reducir a nuestros límites tu misericordiosa voluntad de salvación, que quiere abrazar a todos. Ayúdanos, Padre, enviándonos como en Pentecostés al Espíritu Santo, autor de la valentía y del gozo, para que nos aliente a anunciar la alegre noticia del evangelio más allá de los límites de nuestra pertenencia, lenguas, culturas y naciones.

Todos los días necesitamos de él, nuestro pan de cada día. Él es el pan de vida (cf. Jn 6,35.48), que nos hace sentir como hijos amados y que alivia toda nuestra soledad y orfandad. Él es el pan del servicio: que partiéndose para hacerse nuestro siervo nos pide que nos sirvamos los unos a los otros

(cf. Jn 13,14). Padre, mientras nos das el pan de cada día, alimenta en nosotros el anhelo por nuestro hermano, la necesidad de servirlo. Pidiéndote el pan de cada día, te imploramos también el pan de la memoria, la gracia de que fortalezcas las raíces comunes de nuestra identidad cristiana, indispensables en este tiempo en el que la humanidad, y las jóvenes generaciones en particular, corren el riesgo de sentirse desarraigadas en medio de tantas situaciones líquidas, incapaces de cimentar la existencia.

Que el pan que pedimos, con su larga historia, que va desde la siembra hasta la espiga, de la cosecha hasta la mesa, nos inspire el deseo de ser pacientes cultivadores de comunión, que no se cansan de hacer germinar semillas de unidad, de dejar crecer el bien, de trabajar siempre al lado del hermano: sin sospechas y sin distancias, sin forzar y sin uniformar, en la convivencia de las diferencias reconciliadas.

El pan que pedimos hoy, es también el pan del que muchos carecen cada día, mientras que unos pocos poseen lo superfluo. El Padrenuestro no es una oración que tranquiliza, sino un grito ante las carestías de amor de nuestro tiempo, ante el individualismo y la indiferencia que profanan tu nombre, Padre. Ayúdanos a tener hambre de darnos. Recuérdanos, cada vez que rezamos, que para vivir no tenemos necesidad de conservarnos, sino de partirnos; de compartir, en vez de atesorar; de sustentar a los demás, en lugar de saciarnos a nosotros mismos, porque el bienestar es tal si pertenece únicamente a todos.

Cada vez que rezamos pedimos que nuestras ofensas sean perdonadas. Se necesita valor, porque al mismo tiempo nos comprometemos a perdonar a los que nos han ofendido. Debemos, por tanto, encontrar la fuerza para perdonar de corazón al hermano (cf. Mt 18,35) como tú, Padre, perdonas nuestros pecados, para dejar atrás el pasado y abrazar juntos el presente. Ayúdanos, Padre, a no ceder al miedo, a no ver la apertura como un peligro; a tener la fuerza para perdonarnos y caminar, el valor de no contentarnos con una vida tranquila, y a buscar siempre, con transparencia y sinceridad, el rostro del hermano.

Y cuando el mal, agazapado ante la puerta del corazón (cf. Gn 4,7), nos induzca a encerrarnos en nosotros mismos; cuando la tentación de aislarnos se haga más fuerte, ocultando la sustancia del pecado, que es alejamiento de ti y de nuestro prójimo, ayúdanos nuevamente, Padre. Anímanos a encontrar en el hermano el apoyo que tú pusiste a nuestro lado para caminar hacia ti, y tener el valor de decir juntos: “Padre nuestro”. Amén.

Y ahora recitamos la oración que el Señor nos enseñó.

El Papa en Rumanía: La oración del Padrenuestro es la certeza de que no estamos huérfanos

Como parte del itinerario de su primer día en Rumanía, el Papa Francisco asistió a la Catedral de la Salvación del Pueblo Rumano para rezar el Padrenuestro, oración que “contiene la certeza de la promesa hecha por Jesús a sus discípulos: ‘No os dejaré huérfanos’”.

“La llamada de uno de ellos no está completa sin la de su hermano. Hoy queremos elevar, los unos junto a los otros, desde el corazón de este país, la oración del Padrenuestro”, dijo el Pontífice ante las autoridades religiosas ortodoxas y civiles de Rumanía.

El Santo Padre llegó junto al Patriarca Daniel de la Iglesia Ortodoxa de Rumanía a la nueva Catedral de la Salvación del Pueblo Rumano. “El rezo del Padrenuestro en nuestra iglesia es un acto de gratitud a la Iglesia Católica por el apoyo a las parroquias ortodoxas”, manifestó el Patriarca. Asimismo, se mostró agradecido por la “oración conjunta” entre ambas Iglesias.

El rezo del Padrenuestro se realizó en latín y fue seguido de tres cantos católicos. Luego, se prosiguió con el rezo del Padrenuestro en rumano y fue acompañado de tres cantos de Pascua ortodoxos.

Durante su discurso, el Pontífice explicó que en la oración del Padrenuestro está contenida “nuestra identidad de hijos y, hoy de manera particular, de hermanos que rezan uno al lado del otro”.

“La oración del Padrenuestro contiene la certeza de la promesa hecha por Jesús a sus discípulos: ‘No os dejaré huérfanos’ y nos brinda la confianza para recibir y acoger el don del hermano”, afirmó.

También recordó que cada vez que decimos “Padre nuestro” reiteramos que “la palabra Padre no puede ir sin decir nuestro”.

“Es la invitación a que lo ‘mío’ se transforme en nuestro y lo nuestro se haga oración. Ayúdanos, Padre, a tomar en serio la vida del hermano, a hacer nuestra su historia. Ayúdanos a no juzgar al hermano por sus acciones y sus límites, sino a acogerlo sobre todo como hijo tuyo. Ayúdanos a vencer la tentación de sentirnos como hijos mayores, que a fuerza de estar en el centro se olvidan del don que es el otro”, expresó.

El Papa Francisco animó a alabar al Señor durante la oración, para que “sea su nombre, y no el nuestro el que nos mueva y despierte a vivir la caridad”.

“Cuántas veces, mientras oramos, nos limitamos a pedir gracias y a enumerar peticiones, olvidándonos que lo primero es alabar tu nombre, adorarte, para poder reconocer en la persona del hermano que nos has puesto al lado tu vivo reflejo. En medio de tantas cosas que pasan y por las que nos afanamos, ayúdanos, Padre, a buscar lo que permanece: tu presencia y la del hermano”, dijo.

En ese sentido, afirmó que todos los días necesitamos “el pan de vida”. “Él es el pan de vida, que nos hace sentir como hijos amados y que alivia toda nuestra soledad y orfandad. Él es el pan del servicio: que partiéndose para hacerse nuestro siervo nos pide que nos sirvamos los unos a los otros”, indicó.

También señaló la importancia de pedir que a través del “pan de cada día” Dios alimente en cada uno “el anhelo por nuestro hermano, la necesidad de servirlo”.

“Que el pan que pedimos, con su larga historia, que va desde la siembra hasta la espiga, de la cosecha hasta la mesa, nos inspire el deseo de ser pacientes cultivadores de comunión, que no se cansan de hacer germinar semillas de unidad, de dejar crecer el bien, de trabajar siempre al lado del hermano: sin sospechas y sin distancias, sin forzar y sin uniformar, en la convivencia de las diferencias reconciliadas”, manifestó.

El Santo Padre señaló que el pan que pedimos hoy, “es también el pan del que muchos carecen cada día, mientras que unos pocos poseen lo superfluo”.

“El Padrenuestro no es una oración que tranquiliza, sino un grito ante las carestías de amor de nuestro tiempo, ante el individualismo y la indiferencia que profanan tu nombre, Padre”, dijo el Papa Francisco.

De igual manera, recordó el valor de darse a los demás. “Ayúdanos a tener hambre de darnos. Recuérdanos, cada vez que rezamos, que para vivir no tenemos necesidad de conservarnos, sino de partirnos; de compartir, en vez de atesorar; de sustentar a los demás, en lugar de saciarnos a nosotros mismos, porque el bienestar es tal si pertenece únicamente a todos”, dijo.

Destacó que se debe “encontrar la fuerza para perdonar de corazón al hermano”, así como Dios es misericordioso con cada uno de nosotros. “Cada vez que rezamos pedimos que nuestras ofensas sean perdonadas. Se necesita valor, porque al mismo tiempo nos comprometemos a perdonar a los que nos han ofendido”, indicó.

“Ayúdanos, Padre, a no ceder al miedo, a no ver la apertura como un peligro; a tener la fuerza para perdonarnos y caminar, el valor de no contentarnos con una vida tranquila, y a buscar siempre, con transparencia y sinceridad, el rostro del hermano”, exhortó el Papa Francisco.

Finalmente, animó a los fieles a no encerrarse en sí mismos y a orar cuando la tentación se haga más fuerte.

“Anímanos a encontrar en el hermano el apoyo que tú pusiste a nuestro lado para caminar hacia ti, y tener el valor de decir juntos: “Padre nuestro”, puntualizó.

Luego del rezo del Padrenuestro, el Papa Francisco se dirigió a la Catedral Católica de San José para celebrar la Misa.

Homilía del Papa Francisco en Misa de la Catedral católica de San José de Bucarest Rumanía

El Papa Francisco celebró su primera Misa en Rumanía, país europeo de mayoría ortodoxa, en la Catedral católica de San José de Bucarest durante su histórico viaje apostólico que comenzó este viernes 31 de mayo y concluirá el próximo domingo 2 de junio.

Al comentar el Evangelio del día en que se narra el pasaje bíblico de lavisitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel, el Pontífice recordó la oración del Magnificat en donde “María entona las maravillas que el Señor realizó en su humilde esclava con el gran canto de esperanza para aquellos que ya no pueden cantar porque han perdido la voz”.

“Canto de esperanza que también nos quiere despertar e invitarnos a entonar hoy por medio de tres maravillosos elementos que nacen de la contemplación de la primera discípula: María camina, María encuentra, María se alegra”, explicó el Papa.

En esta línea, el Santo Padre destacó que “María camina, encuentra y se alegra porque llevó algo más grande que ella misma: fue portadora de una bendición” y animó a anunciar el Evangelio con alegría y sin miedo. “Como ella, tampoco nosotros tengamos miedo a ser los portadores de la bendición que Rumania necesita”, dijo.

“Sean los promotores de una cultura del encuentro que desmienta la indiferencia y la división y permita a esta tierra cantar con fuerza las misericordias del Señor”, exhortó el Papa quien recordó que la Virgen María “nos recuerda que Dios puede realizar siempre maravillas si permanecemos abiertos a él y a los hermanos”.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

El Evangelio que acabamos de escuchar nos sumerge en el encuentro de dos mujeres que se abrazan y llenan todo de alegría y alabanza: salta de gozo el niño e Isabel bendice a su prima por su fe; María entona las maravillas que el Señor realizó en su humilde esclava con el gran canto de esperanza para aquellos que ya no pueden cantar porque han perdido la voz. Canto de esperanza que también nos quiere despertar e invitarnos a entonar hoy por medio de tres maravillosos elementos que nacen de la contemplación de la primera discípula: María camina, María encuentra, María se alegra.

María camina desde Nazaret a la casa de Zacarías e Isabel, es el primer viaje de María que nos narra la Escritura. El primero de muchos. Irá de Galilea a Belén, donde nacerá Jesús; huirá a Egipto para salvar al Niño de Herodes. Irá también todos los años a Jerusalén para la Pascua, hasta seguir a Jesús en el Calvario. Estos viajes tienen una característica: no fueron caminos fáciles, exigieron valor y paciencia. Nos muestran que la Virgen conoce las subidas, conoce nuestras subidas: ella es para nosotros hermana en el camino. Experta en la fatiga, sabe cómo darnos la mano en las asperezas, cuando nos encontramos ante los derroteros más abruptos de la vida.

Como buena mujer y madre, María sabe que el amor se hace camino en las pequeñas cuestiones cotidianas. Amor e ingenio maternal capaz de transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286). Contemplar a María nos permite volver la mirada sobre tantas mujeres, madres y abuelas de estas tierras que, con sacrificio y discreción, abnegación y compromiso, labran el presente y tejen los sueños del mañana. Entrega silenciosa, recia y desapercibida que no tiene miedo a “remangarse” y cargarse las dificultades sobre los hombros para sacar adelante la vida de sus hijos y de toda la familia esperando «contra toda esperanza» (Rm 4,18). Es un recuerdo vivo el hecho que en su pueblo existe y late un fuerte sentido de esperanza, más allá de todas las condiciones que puedan ofuscarla o la intentan apagar.

Mirando a María y a tantos rostros maternales se experimenta y alimenta el espacio para la esperanza (cf. Documento de Aparecida, 536), que engendra y abre el futuro. Digámoslo con fuerza: En nuestro pueblo hay espacio para la esperanza. Por eso María camina y nos invita a caminar juntos.

María encuentra a Isabel (cf. Lc 1,39-56), ya entrada en años (v. 7). Pero es ella, la anciana, la que habla de futuro, la que profetiza: «llena de Espíritu Santo» (v. 41); la llama «bendita» porque «ha creído» (v. 45), anticipando la última bienaventuranza de los Evangelios: bienaventurado el que cree (cf. Jn 20,29). Así, la joven va al encuentro de la anciana buscando las raíces y la anciana profetiza y renace en la joven regalándole futuro. Así, jóvenes y ancianos se encuentran, se abrazan y son capaces de despertar cada uno lo mejor del otro.

Es el milagro que surge de la cultura del encuentro donde nadie es descartado ni adjetivado; sino donde todos son buscados, porque son necesarios, para reflejar el Rostro del Señor. No tienen miedo de caminar juntos y, cuando esto sucede, Dios llega y realiza prodigios en su pueblo. Porque es el Espíritu Santo quien nos impulsa a salir de nosotros mismos, de nuestras cerrazones y particularismos para enseñarnos a mirar más allá de las apariencias y regalarnos la posibilidad de decir bien — “bendecirlos”— sobre los demás; especialmente sobre tantos hermanos nuestros que se quedaron a la intemperie privados quizás no sólo de un techo o un poco de pan, sino de la amistad y del calor de una comunidad que los abrace, cobije y reciba.

Cultura del encuentro que nos impulsa a los cristianos a experimentar el milagro de la maternidad de la Iglesia que busca, defiende y une a sus hijos. En la Iglesia, cuando ritos diferentes se encuentran, cuando no se antepone la propia pertenencia, el grupo o la etnia a la que se pertenece, sino el Pueblo que unido sabe alabar a Dios, entonces acontecen grandes cosas. Digámoslo con fuerza: Bienaventurado el que cree (cf. Jn 20,29) y tiene el valor de crear encuentro y comunión.

María que camina y encuentra a Isabel nos recuerda dónde Dios ha querido morar y vivir, cuál es su santuario y en qué sitio podemos escuchar su palpitar: en medio de su Pueblo. Allí está, allí vive, allí nos espera. Escuchamos como dirigida a nosotros la invitación del Profeta a no temer, a no desfallecer. Porque el Señor, nuestro Dios está en medio de nosotros, es un salvador poderoso (cf. So 3,16-17).

Este es el secreto del cristiano: Dios está en medio de nosotros como un salvador poderoso. Esta certeza, como a María, nos permite cantar y exultar de alegría. María se alegra porque es la portadora del Emmanuel, del Dios con nosotros. «Ser cristianos es gozo en el Espíritu Santo» (Exhort. ap. Gaudete et exhultate, 122). Sin alegría permanecemos paralizados, esclavos de nuestras tristezas. A menudo el problema de la fe no es tanto la falta de medios y de estructuras, de cantidad, tampoco la presencia de quien no nos acepta; el problema de la fe es la falta de alegría. La fe vacila cuando se cae en la tristeza y el desánimo.

Cuando vivimos en la desconfianza, cerrados en nosotros mismos, contradecimos la fe, porque, en vez de sentirnos hijos por los que Dios ha hecho cosas grandes (cf. v. 49), empequeñecemos todo a la medida de nuestros problemas y nos olvidamos que no somos huérfanos: tenemos un Padre en medio de nosotros, salvador y poderoso. María viene en ayuda nuestra, porque más que empequeñecer, magnífica, es decir, “engrandece” al Señor, alaba su grandeza.

Este es el secreto de la alegría. María, pequeña y humilde, comienza desde la grandeza de Dios y, a pesar de sus problemas —que no eran pocos— está con alegría, porque confía en el Señor en todo. Nos recuerda que Dios puede realizar siempre maravillas si permanecemos abiertos a él y a los hermanos. Pensemos en los grandes testigos de estas tierras: personas sencillas, que confiaron en Dios en medio de las persecuciones. No pusieron la confianza en el mundo, sino en el Señor, y así avanzaron. Deseo dar gracias a estos humildes vencedores, a estos santos de la puerta de al lado que nos marcan el camino. Sus lágrimas no fueron estériles, fueron oración que subió al cielo y regó la esperanza de este pueblo.

Queridos hermanos y hermanas: María camina, encuentra y se alegra porque llevó algo más grande que ella misma: fue portadora de una bendición. Como ella, tampoco nosotros tengamos miedo a ser los portadores de la bendición que Rumania necesita. Sed los promotores de una cultura del encuentro que desmienta la indiferencia y la división y permita a esta tierra cantar con fuerza las misericordias del Señor.

Papa Francisco revela cuál es el secreto de la alegría de la Virgen María

El Papa Francisco reveló cuál es el secreto de la alegría de la Virgen María este 31 de mayo, fiesta de la visitación de María a su prima Santa Isabel, durante la primera Misa de su histórico viaje apostólico en Rumanía.

En la Celebración Eucarística realizada en la Catedral católica de San José de Bucarest a donde llegó en papamóvil para saludar y bendecir a los numerosos fieles que le esperaban en las calles, el Papa Francisco centró su homilía en el pasaje bíblico de la visitación de María a su prima Isabel en el cual la Virgen recita la oración del ‘Magnificat’.

Por ello, el Santo Padre señaló que María “entona las maravillas que el Señor realizó en su humilde esclava con el gran canto de esperanza para aquellos que ya no pueden cantar porque han perdido la voz” y añadió que el Magnificat es un “canto de esperanza que también nos quiere despertar e invitarnos a entonar hoy por medio de tres maravillosos elementos que nacen de la contemplación de la primera discípula: María camina, María encuentra, María se alegra”.

En este sentido, Francisco destacó que “María camina, encuentra y se alegra porque llevó algo más grande que ella misma: fue portadora de una bendición” por lo que el Papa los animó a anunciar el Evangelio con alegría y sin miedo.

“Como ella, tampoco nosotros tengamos miedo a ser los portadores de la bendición que Rumania necesita. Sean los promotores de una cultura del encuentro que desmienta la indiferencia y la división y permita a esta tierra cantar con fuerza las misericordias del Señor”, exhortó el Papa.
Secreto del cristiano

Durante su homilía, el Papa Francisco recordó también la importancia de la alegría y explicó cuál es el secreto del cristiano y de la alegría de la Virgen María.

“Este es el secreto del cristiano: Dios está en medio de nosotros como un salvador poderoso. Esta certeza, como a María, nos permite cantar y exultar de alegría. María se alegra porque es la portadora del Emmanuel, del Dios con nosotros”, señaló el Papa quien remarcó que “sin alegría permanecemos paralizados, esclavos de nuestras tristezas”.

De este modo, Francisco explicó que “a menudo el problema de la fe no es tanto la falta de medios y de estructuras, de cantidad, tampoco la presencia de quien no nos acepta”, sino que “el problema de la fe es la falta de alegría. La fe vacila cuando se cae en la tristeza y el desánimo”, afirmó.

“Cuando vivimos en la desconfianza, cerrados en nosotros mismos, contradecimos la fe, porque, en vez de sentirnos hijos por los que Dios ha hecho cosas grandes, empequeñecemos todo a la medida de nuestros problemas y nos olvidamos que no somos huérfanos: tenemos un Padre en medio de nosotros, salvador y poderoso. María viene en ayuda nuestra, porque más que empequeñecer, magnífica, es decir, ‘engrandece’ al Señor, alaba su grandeza”, explicó.
Secreto de la alegría de María

En este sentido, el Papa Francisco reveló que “el secreto de la alegría. María, pequeña y humilde, comienza desde la grandeza de Dios y, a pesar de sus problemas -que no eran pocos- está con alegría, porque confía en el Señor en todo” y nos recuerda que “Dios puede realizar siempre maravillas si permanecemos abiertos a él y a los hermanos”.

Una vez más, el Santo Padre recordó a los numerosos mártires cristianos y animó a pensar en “los grandes testigos de estas tierras: personas sencillas, que confiaron en Dios en medio de las persecuciones” quienes “no pusieron la confianza en el mundo, sino en el Señor, y así avanzaron”, alentó el Papa.

Por ello, el Santo Padre agradeció “a estos humildes vencedores, a estos santos de la puerta de al lado que nos marcan el camino. Sus lágrimas no fueron estériles, fueron oración que subió al cielo y regó la esperanza de este pueblo”, exclamó.

Al finalizar, el Papa Francisco invitó a promover “una cultura del encuentro que desmienta la indiferencia y la división y permita a esta tierra cantar con fuerza las misericordias del Señor”.

Una cultura del encuentro que “nos impulsa a los cristianos a experimentar el milagro de la maternidad de la Iglesia que busca, defiende y une a sus hijos. En la Iglesia, cuando ritos diferentes se encuentran, cuando no se antepone la propia pertenencia, el grupo o la etnia a la que se pertenece, sino el Pueblo que unido sabe alabar a Dios, entonces acontecen grandes cosas”.

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Para el mes de setiembre de 2021, el Papa Francisco anima a los fieles a unirse a su intención de oración para pedir por un “estilo de vida ...