Homilía del Papa Francisco en la Misa del Santuario mariano Sumuleu Ciuc de Rumanía
En el segundo día de su visita apostólica en Rumanía, el Papa Francisco celebró una Misa en el importante Santuario mariano de Sumuleu Ciuc localizado en la región de Transilvania.
Ante miles de fieles católicos, el Santo Padre destacó la importancia de las peregrinaciones religiosas que permiten “caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión”.
En esta línea, el Pontífice animó a “luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana”.
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
Con alegría y agradecimiento a Dios, me encuentro hoy con ustedes, queridos hermanos y hermanas, en este querido Santuario mariano, rico de historia y de fe, donde como hijos venimos a encontrarnos con nuestra Madre y a reconocernos como hermanos.
Los santuarios, lugares casi “sacramentales” de una Iglesia hospital de campaña, guardan la memoria del pueblo fiel que en medio de sus tribulaciones no se cansa de buscar la fuente de agua viva donde refrescar la esperanza. Son lugares de fiesta y celebración, de lágrimas y petición. Venimos a los pies de la Madre, sin muchas palabras, a dejarnos mirar por ella y que con su mirada nos lleve a aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
No lo hacemos de cualquier manera, somos peregrinos. Aquí, cada año, el sábado de Pentecostés, peregrinan para honrar el voto de sus antepasados y para fortalecer la fe en Dios y la devoción a la Virgen, representada en su imponente talla. Esta peregrinación anual pertenece a la herencia de la Transilvania, pero honra de forma conjunta las tradiciones religiosas rumanas y húngaras, en la que participan también fieles de otras confesiones, y es un símbolo de diálogo, unidad y fraternidad; una llamada a recuperar los testimonios de fe hecha vida y de vida hecha esperanza.
Peregrinar es saber que venimos como pueblo a nuestra casa. Un pueblo cuya riqueza son sus mil rostros, culturas, lenguas y tradiciones; el santo Pueblo fiel de Dios que con María peregrina cantando la misericordia del Señor. Si en Caná de Galilea, María intercedió ante Jesús para que realizara el primer milagro, en cada santuario vela e intercede no solo ante su Hijo sino también ante cada uno de nosotros para que no nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación. Los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna.
Peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión; es desinstalarse de nuestras seguridades y comodidades en la búsqueda de una nueva tierra que el Señor nos quiere regalar. Peregrinar es el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos. Peregrinar es participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, caravana siempre solidaria para construir la historia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87).
Peregrinar es mirar no tanto lo que podría haber sido —y no fue—, sino todo aquello que nos está esperando y no podemos dilatar más. Es creerle al Señor que viene y que está en medio de nosotros promoviendo e impulsando la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad y justicia (cf. ibíd., 71). Es el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Lo cual requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro. Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro.
Peregrinar a este santuario nos hace volver la mirada a María y al misterio de la elección de Dios. Ella, una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del imperio romano y también en la periferia de Israel, con su “sí” fue capaz de poner en marcha la revolución de la ternura (cf. ibíd., 88). El misterio de la elección de Dios que pone sus ojos en lo débil para confundir a los fuertes nos impulsa y anima también a nosotros a decir sí, como ella, para transitar los senderos de la reconciliación.
Al que arriesga, el Señor no lo defrauda. Caminemos y caminemos juntos dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo y regale a nuestros pueblos la alegría de la salvación.
Papa Francisco en Rumanía: Al que arriesga, el Señor no lo defrauda
El Papa Francisco celebró la segunda Misa del viaje apostólico en Rumanía en el Santuario mariano de Sumuleu Ciuc, localizado en la región de Transilvania este sábado 1 de junio.
Fue la primera vez en la historia que un Pontífice visitó esta zona geográfica en la que la mayoría de la población es católica, de lengua rumana y húngara.
Para llegar a esta meta de peregrinación mariana, el Santo Padre se trasladó desde Bucarest en avión a la población de Bacau y posteriormente viajó en helicóptero y en coche.
A pesar de la lluvia y de la distancia, los organizadores indicaron que alrededor de 100 mil personas participaron en esta Misa con el Papa.
Al llegar, Francisco recorrió la zona en papa móvil para saludar y bendecir a los asistentes, mientras que los sacerdotes concelebrantes lo esperaban en el altar. El Papa realizó a pie una breve procesión inicial con ayuda de los ceremonieros pontificios debido al barro.
Durante su homilía, el Papa Francisco recordó que “al que arriesga, el Señor no lo defrauda” por lo que animó a caminar juntos “dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo y regale a nuestros pueblos la alegría de la salvación”.
Además, el Santo Padre destacó que este Santuario mariano es “rico de historia y de fe” porque allí cada año, el sábado de Pentecostés, “peregrinan para honrar el voto de sus antepasados y para fortalecer la fe en Dios y la devoción a la Virgen, representada en su imponente talla”.
“Esta peregrinación anual pertenece a la herencia de la Transilvania, pero honra de forma conjunta las tradiciones religiosas rumanas y húngaras, en la que participan también fieles de otras confesiones, y es un símbolo de diálogo, unidad y fraternidad; una llamada a recuperar los testimonios de fe hecha vida y de vida hecha esperanza”, explicó el Papa.
En esta línea, el Santo Padre calificó a los santuarios como lugares “casi ‘sacramentales’ de una Iglesia hospital de campaña” que guardan la memoria del “pueblo fiel que en medio de sus tribulaciones no se cansa de buscar la fuente de agua viva donde refrescar la esperanza”.
“Son lugares de fiesta y celebración, de lágrimas y petición”, dijo el Papa, por lo que señaló: “venimos a los pies de la Madre, sin muchas palabras, a dejarnos mirar por ella y que con su mirada nos lleve a aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida”.
Por ello, el Pontífice reflexionó sobre el significado de las peregrinaciones. En primer lugar, Francisco explicó que “peregrinar es saber que venimos como pueblo a nuestra casa” y añadió que este pueblo cuenta con una riqueza de “rostros, culturas, lenguas y tradiciones; el santo Pueblo fiel de Dios que con María peregrina cantando la misericordia del Señor”.
Además, el Papa recordó que la Virgen intercede siempre por nosotros. “Si en Caná de Galilea, María intercedió ante Jesús para que realizara el primer milagro, en cada santuario vela e intercede no solo ante su Hijo sino también ante cada uno de nosotros para que no nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación”.
En este sentido, el Santo Padre destacó que el “peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión” por lo que animó a “desinstalarse de nuestras seguridades y comodidades en la búsqueda de una nueva tierra que el Señor nos quiere regalar”.
En esta línea, el Papa afirmó también que el peregrinar es “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos” por lo que aseguró que la peregrinación “puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, caravana siempre solidaria para construir la historia”.
Peregrinar es “el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Lo cual requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro. Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro”, alentó el Papa.
De este modo, el Pontífice invitó a volver la mirada a María que “con su ‘sí’ fue capaz de poner en marcha la revolución de la ternura” y que anima también a nosotros “a decir sí, como ella, para transitar los senderos de la reconciliación”.
Papa Francisco visita la Catedral de Santa María Reina en Iasi Rumanía
El Papa Francisco visitó la Catedral de Santa María Reina localizada en la población de Iasi en Rumanía en donde pudo saludar y bendecir a muchos enfermos.
Al llegar, el Papa fue recibido por numerosos fieles fuera de la Catedral. En la puerta de la iglesia, un Obispo de Rumanía le entregó a Francisco un crucifijo con el cual bendijo a los presentes y después, el párroco de la Catedral, junto a una familia, le dio al Papa agua bendita con la cual realizó un breve gesto de aspersión.
Posteriormente, el Pontífice dedicó varios minutos para saludar a muchos de los católicos presentes, entre los que se encontraban numerosos enfermos, personas ancianas y religiosas.
Después de un momento de oración en silencio en el centro del altar, Francisco recibió de un sacerdote anciano y un joven diácono una vela encendida que colocó delante de las reliquias del Beato Mártir Anton Durcovici, quien fue víctima durante el régimen comunista.
Luego, el Papa Francisco improvisó unas breves palabras en las que afirmó: “Quisiera dar a todos ustedes la bendición con mi gratitud por estar aquí. Gracias por venir, gracias por estar con sus enfermos, gracias a ustedes que llevan adelante la enfermedad y la ofrecen al Señor”.
Luego, el Santo Padre invitó a rezar juntos a la Virgen antes de impartir la bendición apostólica y los presentes rezaron un Ave María en rumano.
Tras impartir la bendición apostólica en latín, el Papa les pidió a los presentes: “Por favor, recen por mi”.
Al salir de la Catedral, el Santo Padre subió al papa móvil para recorrer las calles que estaban abarrotadas de personas y dirigirse hacia el Palacio de la Cultura en donde tendrá un encuentro mariano con la juventud y con las familias.
Discurso del Papa Francisco en el encuentro con jóvenes y familias de Rumanía
El Papa Francisco consagró a los jóvenes y a las familias de Rumanía a la Virgen en el encuentro mariano que se realizó este 1 de junio en la plaza del Palacio de la Cultura en Iasi.
En el último evento público del Papa durante su segundo día de viaje apostólico en Rumanía, el Santo Padre presidió un encuentro mariano con la juventud y las familias en la ciudad rumana de Iasi.
Tras escuchar el saludo del Obispo local, Mons. Petru Gherghel, y el testimonio de un joven y una familia numerosa de Rumanía, los presentes escucharon una pasaje bíblico del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Después, el Papa Francisco pronunció un discurso en el que hizo referencia también a los testimonios escuchados previamente.
Una vez más, el Pontífice destacó a los jóvenes la importancia de no olvidar las raíces y de pedir la asistencia del Espíritu Santo para mantener la fe la cual “no se transmite solo con palabras sino con gestos, miradas, caricias como la de nuestras madres, abuelas”, explicó.
Además, el Papa reconoció que “es difícil caminar juntos” por lo que añadió que el caminar juntos es “un don que tenemos que pedir, una obra artesanal que estamos llamados a construir y un hermoso regalo a transmitir”.
A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡bună seara! [buenas tardes en rumano] Aquí con ustedes se siente el calor de hogar, de estar en familia, rodeado de pequeños y grandes. Es fácil, viéndoles y escuchándoles, sentirse en casa. El Papa entre ustedes se siente en casa.
Gracias por su calurosa bienvenida y por los testimonios que nos regalaron. Mons. Petru, como buen y orgulloso padre de familia, los ha abrazado a todos con sus palabras, presentándolos, y lo confirmaste tú, Eduard, cuando nos decías que este encuentro no quiere ser solo ni de jóvenes, ni de adultos, ni de otros, sino que ustedes “han deseado que esta tarde estuvieran con nosotros nuestros padres y nuestros abuelos”.
Hoy es el día del niño en estas tierras -los saludamos con un fuerte aplauso-; quisiera que lo primero que hagamos sea rezar por ellos, pidámosle a la Virgen que los cubra con su manto. Jesús los puso en medio de sus apóstoles, también nosotros queremos ponerlos en el medio y reafirmar nuestro compromiso de querer amarlos con el mismo amor con que el Señor los ama comprometiéndonos a regalarles el derecho al futuro.
Me alegra saber que en esta plaza se encuentra el rostro de la familia de Dios que abraza a niños, jóvenes, matrimonios, consagrados, ancianos rumanos de distintas regiones y tradiciones, así como también de Moldavia, también aquellos que han venido de la otra orilla del río Prut, los fieles de las lenguas csángó, polaca y rusa. El Espíritu Santo nos convoca a todos y nos ayuda a descubrir la belleza de estar juntos, de poder encontrarnos para caminar juntos. Cada uno con su lengua y tradición, pero feliz de encontrarse entre hermanos.
Con esa felicidad que compartían Elisabetta e Ioan, con sus 11 hijos, todos diferentes, que vinieron de lugares diferentes, pero “hoy están todos reunidos, así como hace un tiempo cada domingo por la mañana caminaban todos juntos hacia la Iglesia”. La felicidad de los padres de ver a los hijos reunidos. Seguro que hoy en el cielo hay fiesta por ver a tantos hijos que se animaron a estar juntos.
Es la experiencia de un nuevo Pentecostés -como escuchamos en la lectura-. Donde el Espíritu abraza nuestras diferencias y nos da la fuerza para abrir caminos de esperanza sacando lo mejor de cada uno; el mismo camino que comenzaron los apóstoles hace dos mil años y en el que hoy nos toca a nosotros tomar el relevo y animarnos a sembrar. No podemos esperar que sean otros, nos toca a nosotros.
Es difícil caminar juntos, ¿verdad? Es un don que tenemos que pedir, una obra artesanal que estamos llamados a construir y un hermoso regalo a transmitir. Pero, ¿por dónde empezamos para caminar juntos?
Quisiera “robar” nuevamente las palabras a estos abuelos Elisabetta e Ioan. Es lindo ver cuando el amor echa raíces con entrega y compromiso, trabajo y oración. El amor echó raíces en ustedes y dio mucho fruto. Y como dice Joel, cuando jóvenes y ancianos se encuentran, los abuelos no tienen miedo a soñar (cf. Jl 3,1). Y este fue su sueño: “soñamos que puedan construirse un futuro sin olvidar de dónde salieron. Soñamos que todo nuestro pueblo no olvidara sus raíces”.
Ustedes miran el futuro y abren el mañana para sus hijos, para sus nietos, para su pueblo ofreciéndoles lo mejor que han aprendido durante su camino: que no olviden de dónde partieron. Vayan a donde vayan, hagan lo que hagan, no olviden las raíces. Es el mismo sueño, la misma recomendación que san Pablo hizo a Timoteo: mantener viva la fe de su madre y de su abuela (cf. 2 Tm 1,5-7).
En la medida que vayas creciendo -en todos los sentidos: fuerte, grande e incluso logrando tener fama- no te olvides lo más hermoso y valioso que aprendiste en el hogar. Es la sabiduría que dan los años: cuando crezcas, no te olvides de tu madre y de tu abuela, y de esa fe sencilla pero robusta que las caracterizaba y que les daba fuerza y tesón para ir adelante y no desfallecer. Es una invitación a dar gracias y reivindicar la generosidad, valentía, desinterés de una fe “casera” que pasa desapercibida pero que va construyendo poco a poco el Reino de Dios.
Ciertamente, la fe que “no cotiza en bolsa” no vende y, como nos recordaba Eduard, puede parecer que “no sirve para nada”. Pero la fe es un regalo que mantiene viva una certeza honda y hermosa: nuestra pertenencia de hijos e hijos amados de Dios. Dios ama con amor de Padre. Cada vida, cada uno de nosotros le pertenecemos. Es una pertenencia de hijos, pero también de nietos, esposos, abuelos, amigos, de vecinos; una pertenencia de hermanos.
El maligno divide, desparrama, separa y enfrenta, siembra desconfianza. Quiere que vivamos “descolgados” de los demás y de nosotros mismos. El Espíritu, por el contrario, nos recuerda que no somos seres anónimos, abstractos, seres sin rostro, sin historia, sin identidad. No somos seres vacíos ni superficiales. Existe una red espiritual muy fuerte que nos une, “conecta” y sostiene, y que es más fuerte que cualquier otro tipo de conexión. Son las raíces: es el saber que nos pertenecemos los unos a los otros, que la vida de cada uno está anclada en la vida de los demás. “Los jóvenes florecen cuando se les ama verdaderamente” -decía Eduard-.
Todos florecemos cuando nos sentimos amados. Porque el amor echa y nos invita a echar raíces en la vida de los demás. Como esas bellas palabras de su poeta nacional que deseaba a su dulce Romanía que “tus hijos vivan únicamente en fraternidad, como las estrellas de la noche” (M. Eminescu, Cosa ti auguro, dolce Romania). Nos pertenecemos los unos a los otros y la felicidad personal pasa por hacer felices a los demás. Todo lo demás son cuentos.
Para caminar juntos allí donde estés, no te olvides de lo que aprendiste en el hogar. No olviden sus raíces. Esto me hizo acordar la profecía de un santo eremita de estas tierras. Cuando un día el monje Galaction Ilie del Monastero Sihăstria caminando con las ovejas en la montaña, encontró a un santo eremita que conocía y le preguntó: Dime, padre, ¿cuándo será el fin del mundo? Y el venerable eremita, suspirando, desde su corazón le dijo: Padre Galaction, ¿sabes cuándo será el fin del mundo? Cuando no haya sendas del vecino al vecino. Es decir, cuando no habrá más amor cristiano y comprensión entre hermanos, parientes, cristianos y entre los pueblos. Cuando las personas no amen más, será verdaderamente el fin del mundo. Porque sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra.
La vida comienza a apagarse y marchitarse, nuestro corazón deja de latir y se seca, los ancianos no soñarán y los jóvenes no profetizarán cuando no haya sendas del vecino al vecino... Porque sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra.
Eduard nos decía que él como muchos otros de su país intenta vivir la fe en medio de numerosas provocaciones. Son muchas, pero muchas las provocaciones que nos pueden desanimar y encerrarnos en nosotros mismos. No podemos negarlo ni hacer como que no pasara nada. Dificultades existen y son evidentes. Pero eso no puede hacernos perder de vista que la fe nos regala la mayor de las provocaciones: Esa que, lejos de encerrarte o aislarte, hace brotar lo mejor de cada uno.
El Señor es el primero en provocarnos y decirnos que lo peor viene cuando no haya sendas del vecino al vecino, cuando veamos más trincheras que caminos. El Señor es quién nos regala un canto más fuerte del de todas las sirenas que quieren paralizar nuestra marcha. Y lo hace de la misma forma: entonando un canto más hermoso y encantador.
A todos el Señor nos regala una vocación que es una provocación para hacernos descubrir los talentos y capacidades que poseemos y las pongamos al servicio de los demás. Y nos pide que usemos nuestra libertad como libertad de elección, de decirle sí a un proyecto de amor, a un rostro, a una mirada. Esta es una libertad mucho más grande que poder consumir y comprar cosas. Una vocación que nos pone en movimiento, nos hace derribar trincheras y abrir caminos que nos recuerden esa pertenencia de hijos y hermanos.
En esta “capital histórica y cultural” del país se partía juntos -en la edad media- como Peregrinos por la Vía transilvana, hasta Santiago di Compostela. Hoy, aquí, viven muchos estudiantes de varias partes del mundo. Recuerdo un encuentro virtual que tuvimos en marzo, con Scholas Occurentes, donde me decían también que esta ciudad sería durante este año la capital nacional de la juventud. ¿Es verdad que esta ciudad es la capital nacional de la juventud? ¡Viva los jóvenes!
Dos factores muy buenos: una ciudad -pongan atenciones- una ciudad que históricamente sabe abrir e iniciar procesos, es decir el Camino de Santiago; una ciudad que sabe albergar jóvenes provenientes de varias partes del mundo como ahora. Dos características que recuerdan el potencial y la alta misión que pueden desarrollar: abrir caminos para caminar juntos y llevar adelante ese sueño de los abuelos que es profecía: sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra.
De aquí pueden partir aún nuevas vías del futuro hacia Europa y hacia tantas otras partes del mundo. Jóvenes, ustedes son peregrinos del siglo XXI capaces de una nueva imaginación de los lazos que nos unen. Pero no se trata de generar grandes programas o proyectos, sino de dejar crecer la fe.
Como les decía al inicio: la fe no se transmite solo con palabras sino con gestos, miradas, caricias como la de nuestras madres, abuelas; con el sabor a las cosas que aprendimos en el hogar, de manera simple y auténtica. Allí donde exista mucho ruido, que sepamos escuchar; donde haya confusión, que inspiremos armonía; donde todo se revista de ambigüedad, que podamos aportar claridad; donde haya exclusión, que llevemos compartir; en medio al sensacionalismo, el mensaje y la noticia rápida, que cuidemos la integridad de los demás; en medio a la agresividad, que prioricemos la paz; en la falsedad, que aportemos la verdad; que en todo, en todo privilegiemos abrir caminos para sentir esa pertenencia de hijos y hermanos (cf. Mensaje para la 52 jornada mundial de las comunicaciones sociales 2018).
Esto último que he dicho es el mensaje de Francisco de Asís. ¿Ustedes saben que aconsejaba San Francisco de Asís a sus frailes? Decía así: vayan y prediquen el Evangelio, y si fuera necesario, también con las palabras. Este aplauso es para San Francisco de Asís.
Estoy terminando, falta un párrafo, pero no quiero dejar de decirles una experiencia que tuve cuando entré en la plaza. Había una anciana, bastante anciana, abuela, y en los brazos tenía su nieto de dos meses, no más, cuando yo pasé, me lo hizo ver, sonreía, y sonreía con una sonrisa de complicidad, como diciéndome: “ahora puedo soñar”. Después, en el momento me emocioné, y no tuve la valentía de traerla aquí adelante, y por eso lo cuento. Los abuelos sueñan cuando los nietos van hacia adelante…
Rumanía es el “jardín de la Madre de Dios” y en este encuentro he podido darme cuenta por qué. Ella es la Madre que cultiva los sueños de los hijos, que custodia sus esperanzas, que lleva la alegría a la casa. Es la madre tierna y concreta, que nos cuida. Ustedes son esa comunidad viva y floreciente llena de esperanza que podemos regalarle a la Madre. A ella, a la Madre, consagramos el futuro de los jóvenes, el futuro de las familias y el futuro de la Iglesia. ¡Mulțumesc! [Gracias en Rumano].
Abuelitos católicos y sus 11 hijos, varios de ellos religiosos, dan testimonio de fe al Papa
Durante el encuentro mariano con la juventud y las familias en Iasi, Rumanía, el Papa Francisco escuchó el testimonio de un matrimonio católico y sus 11 hijos; de estos últimos, siete decidieron contraer matrimonio y cuatro optaron por la vida religiosa.
El matrimonio conformado por Elisabetta y Ioan proviene de un pequeño pueblo en las afueras de la provincia de Iasi, donde, señalaron, “la pequeña comunidad católica vive en armonía y respeto con los miembros de la comunidad ortodoxa”.
“No vinimos solos, sino junto con nuestros 11 hijos: siete de ellos eligieron formar una familia y cuatro eligieron el camino de la consagración al Señor: dos sacerdotes y dos monjas. Algunos de ellos vinieron del extranjero para estar aquí: desde Bélgica, desde Italia, pero también desde más allá del río Prut, desde la República de Moldova”, contó Elisabetta al Papa.
Con alegría, la madre anciana dijo que “hoy están todos reunidos, como hace algún tiempo cada domingo por la mañana”, cuando tomaban el camino hacia la iglesia de su localidad dedicada a San Antonio de Padua.
“El santo que siempre nos protegió”, afirmó Elisabetta.
La madre de familia señaló que hoy dan “gracias a Dios por el don de fe” que recibieron de sus padres y abuelos.
“Fue la fe la que nos sostuvo cuando, como familia joven, tuvimos que enfrentarnos a las diferentes dificultades de la vida. Cuando vivimos períodos más intensos, dijimos las mismas palabras del apóstol Pedro: ‘Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de la vida eterna ¡Solo en ti encontramos la fuerza para seguir!’”.
Elisabetta afirma que fue el Señor quien les dio la “fuerza” para no tomar en cuenta la opinión de las autoridades comunistas de que tenían “demasiados hijos” y, además, que Él los condujo a respetar sus promesas sacramentales.
“Así como Jesús no desanimó en el camino de la cruz, tampoco quisimos desistir. El trabajo y la oración nos ayudaron a transmitir a nuestros hijos lo que recibimos”, añadió.
Elisabetta y Ioan cuentan que están orando constantemente por sus hijos y nietos “para que ellos también puedan permanecer cerca del Señor” y “construir un futuro sin olvidar dónde comenzaron”.
“Soñamos que todo nuestro pueblo no olvide sus raíces y oramos para que viva en paz y confíen en sí mismos y en Dios, pero también oramos por la Iglesia, por los sacerdotes, por las personas consagradas, para que tengan el valor de dar testimonio del Señor. Y también oramos por Su Santidad, Santo Padre, para que la Madre del Señor siempre pueda cuidarlo”, dijo Elisabetta, dando conclusión a su testimonio.
En otro momento del encuentro mariano con la juventud y las familias, también se presentó un joven católico de Iasi para brindar su testimonio.
Eduard (Eduardo), quien sigue cursos universitarios de informática y trabaja en el mismo rubro, dijo que, como muchos otros jóvenes en su país, “intenta vivir su fe en medio de numerosas provocaciones”, el rechazo y el desaliento.
Asimismo, dijo que los jóvenes están agradecidos con el Señor por el “regalo” de tener a sus padres y abuelos, “que nos han transmitido la fe y el amor por la vida”.
“Deseo afirmarme en mi tierra natal sin tener que buscar mi cumplimiento en otros rincones de la tierra (..) ¡Sabemos que Jesucristo responde a nuestras aspiraciones más profundas y queremos vivir nuestras vidas en amistad con él! Queremos decirles a todos que es bueno seguirlo, que es bueno ser sus mensajeros, que es bueno buscarlo en nuestra felicidad”, resaltó Eduard.
Finalmente, agradeció al Papa Francisco “porque que siempre nos recuerda que debemos poner a Jesucristo en el centro de nuestras vidas y no temer miedo de servir a nuestros hermanos”.
Papa Francisco en Rumanía: sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra
El Papa Francisco señaló este 1 de junio que “sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra”. Así lo dijo el Papa durante el encuentro con jóvenes y familias en la plaza de la Cultura de Iasi (Rumanía) en donde también consagró a la Virgen María el futuro de los jóvenes y familias de este país.
En el último evento del segundo día de su viaje apostólico en Rumanía, el Santo Padre escuchó testimonios de un joven y de una familia numerosa y, al finalizar, pronunció un discurso ante los miles de fieles católicos reunidos.
En su discurso, el Pontífice destacó a los jóvenes la importancia de no olvidar las raíces y de pedir la asistencia del Espíritu Santo para mantener la fe la cual “no se transmite solo con palabras sino con gestos, miradas, caricias como la de nuestras madres, abuelas”, explicó.
Además, el Papa pidió un fuerte aplauso por los niños porque en Rumanía se celebra este sábado el día del niño “los saludamos con un fuerte aplauso”, exclamó el Papa quien añadió: “Quisiera que lo primero que hagamos sea rezar por ellos, pidámosle a la Virgen que los cubra con su manto. Jesús los puso en medio de sus apóstoles, también nosotros queremos ponerlos en el medio y reafirmar nuestro compromiso de querer amarlos con el mismo amor con que el Señor los ama comprometiéndonos a regalarles el derecho al futuro”.
Espíritu Santo abre nuevos caminos
Asimismo, el Santo Padre resaltó que en este encuentro estaban presentes niños, jóvenes, matrimonios, consagrados, ancianos rumanos de distintas regiones y tradiciones, así como también de Moldavia, y fieles de lenguas csángó, polaca y rusa.
“El Espíritu Santo nos convoca a todos y nos ayuda a descubrir la belleza de estar juntos, de poder encontrarnos para caminar juntos. Cada uno con su lengua y tradición, pero feliz de encontrarse entre hermanos”, afirmó.
En esta línea, Francisco destacó que la experiencia de un nuevo Pentecostéses cuando el Espíritu Santo “abraza nuestras diferencias y nos da la fuerza para abrir caminos de esperanza sacando lo mejor de cada uno; el mismo camino que comenzaron los apóstoles hace dos mil años y en el que hoy nos toca a nosotros tomar el relevo y animarnos a sembrar. No podemos esperar que sean otros, nos toca a nosotros”.
Sin embargo, el Papa reconoció que “es difícil caminar juntos” porque se trata de “un don que tenemos que pedir, una obra artesanal que estamos llamados a construir y un hermoso regalo a transmitir”.
Lucha contra el demonio al no perder las raíces
Asimismo, el Santo Padre animó a no olvidar las raíces porque es un buen antídoto contra el demonio. “Vayan donde vayan, hagan lo que hagan, no olviden las raíces. Es el mismo sueño, la misma recomendación que san Pablo hizo a Timoteo: mantener viva la fe de su madre y de su abuela”, dijo el Papa.
“El maligno divide, desparrama, separa y enfrenta, siembra desconfianza. Quiere que vivamos ‘descolgados’ de los demás y de nosotros mismos. El Espíritu, por el contrario, nos recuerda que no somos seres anónimos, abstractos, seres sin rostro, sin historia, sin identidad”, explicó.
Por ello, el Pontífice describió que las raíces son “una red espiritual muy fuerte que nos une, ‘conecta’ y sostiene, y que es más fuerte que cualquier otro tipo de conexión” porque las raíces nos recuerdan que “nos pertenecemos los unos a los otros, que la vida de cada uno está anclada en la vida de los demás”.
También, el Papa recordó que “la fe es un regalo que mantiene viva una certeza honda y hermosa: nuestra pertenencia de hijos e hijos amados de Dios” por lo que recordó que “Dios ama con amor de Padre. Cada vida, cada uno de nosotros le pertenecemos. Es una pertenencia de hijos, pero también de nietos, esposos, abuelos, amigos, de vecinos; una pertenencia de hermanos”, afirmó.
Por ello, el Santo Padre aseguró que “todos florecemos cuando nos sentimos amados”. Porque el amor nos invita a “echar raíces en la vida de los demás”.
En este sentido, el Papa invitó a amar a los hermanos porque “cuando no habrá más amor cristiano y comprensión entre hermanos, parientes, cristianos y entre los pueblos. Cuando las personas no amen más, será verdaderamente el fin del mundo. Porque sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra”.
“La vida comienza a apagarse y marchitarse, nuestro corazón deja de latir y se seca, los ancianos no soñarán y los jóvenes no profetizarán cuando no haya sendas del vecino al vecino... Porque sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra”, reiteró.
De este modo, el Papa invitó a “abrir caminos para caminar juntos y llevar adelante ese sueño de los abuelos que es profecía: sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra”.
Por último, Francisco destacó que la Virgen María es “la Madre que cultiva los sueños de los hijos, que custodia sus esperanzas, que lleva la alegría a la casa. Es la madre tierna y concreta, que nos cuida” por lo que consagró a la Virgen “el futuro de los jóvenes, el futuro de las familias y el futuro de la Iglesia”.
¿Quiénes son los “rom” a los que visitará el Papa Francisco en Rumanía?
Uno de los actos que más atención mediática están generando el viaje apostólico del Papa Francisco a Rumanía es la visita, el domingo 2 de junio, a la comunidad “rom” de Blaj. El Santo Padre recibirá a una familia y a algunos niños y escuchará el testimonio de un sacerdote greco-católico de la comunidad “rom”.
Sin embargo, ¿quiénes son los integrantes de esta minoría étnica fuertemente asentada en Europa y, de forma especial, en Rumanía?
La comunidad “rom”, o “romaní”, es una rama del pueblo gitano. En concreto, el término se utiliza para referirse a los gitanos que tienen como lengua el romaní, idioma de origen indoeuropeo que nada tiene que ver con el idioma rumano, que es de raíz latina.
No obstante, en algunos países de Europa también se emplea el término “rom” o “romaní” como sinónimo de “gitano” con independencia de su origen o lengua y con una fuerte connotación peyorativa.
Al igual que las otras ramas del pueblo gitano, la comunidad “rom” llegó a Rumanía a partir del siglo XV y, aunque su origen es incierto, la teoría más extendida es que proceden de la India.
Se trata de una comunidad que, como sucede en otros lugares de Europa, se encuentra muchas veces en situación de exclusión social e, incluso, de abierta discriminación.
Durante la Segunda Guerra Mundial, con la incorporación de Rumanía al eje alemán, muchos gitanos sufrieron la deportación y el exterminio en los campos de concentración nazis. Los datos del genocidio romaní hablan, dependiendo del estudio, de entre 500 mil y millón y medio de gitanos de toda Europa asesinados.
A partir de 1990, con la caída de la Unión Soviética y, también, con la incorporación de Rumanía a la Unión Europea en 2007, muchos gitanos rumanos emigraron a otros países de Europa.
Sus dificultades para integrarse y la estigmatización que padecen generaron un fuerte rechazo en algunos sectores de las sociedades de acogida, al igual que sucede con la llegada de refugiados y migrantes procedentes de África y Oriente Medio.
En el caso de los romaníes, grupos populistas de Europa occidental emplean términos como “invasión” para referirse a la llegada de los gitanos de Europa del este, como hacen con los migrantes y refugiados.
Sin embargo, las comunidades romaníes han realizado grandes progresos para mejorar su integración en las sociedades de acogida, reducir los casos de criminalidad y contrarrestar la desconfianza y el temor de las poblaciones locales, lo cual empieza a dar paso a un cierto interés por conocer a este pueblo gitano muy diferente a las comunidades gitanas asentadas desde hace siglos en Europa occidental.
En la actualidad representan alrededor del 3% de la población rumana y son mayoritariamente cristianos ortodoxos, aunque muchos se han incorporado a comunidades evangélicas y otros son greco-católicos.