El Papa Francisco ya está en Mauricio, último país que visita con ocasión de su viaje apostólico en África, tras haber estado en Mozambique y Madagascar.
El Santo Padre aterrizó en el aeropuerto de Port Luis (capital de Mauricio) después de haber viajado en un avión de la compañía Air Madagascar durante 2 horas y haber recorrido 1.055 km.
La visita del Papa a Mauricio será de casi 9 horas ya que por la noche volverá a dormir en la Nunciatura Apostólica de Madagascar, y al día siguiente por la mañana viajará de regreso a Roma.
La ceremonia de bienvenida se llevó a cabo en el mismo aeropuerto de Mauricio en donde fue recibido con una lluvia ligera, y la delegación fue encabezada por el Primer Ministro acompañado por su esposa y por el Obispo de Port Louis, el Cardenal Maurice Piat.
Después, el Papa Francisco se trasladará por 43 km en coche cerrado, la primera parte y en papamóvil la última, hacia el Monumento de María Reina de la Paz, en donde será recibido por una familia y allí mismo presidirá la Santa Misa en francés.
Al terminar, el Pontífice se trasladará al episcopio para almorzar con los obispos de la Conferencia Episcopal del Océano Índico (CEDOI).
Por la tarde, Francisco realizará una visita privada al Santuario del Beato Padre Jacques Laval, conocido como “el apóstol de los negros” porque se dedicó a la evangelización de los indígenas de Mauricio.
Posteriormente, el Santo Padre realizará la visita de cortesía al Presidente en el Palacio Presidencial, y después, se reunirá allí mismo con el Primer Ministro. Al finalizar los dos encuentros privados, el Papa se reunirá con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el Palacio Presidencial.
Por último, el Papa se trasladará al aeropuerto de Port Louis para la ceremonia despedida. Está previsto que el avión despegue a las 7:00 p.m. hacia Antananarivo, y que la cena sea durante el vuelo de dos horas, para ir después a descansar a la Nunciatura Apostólica.
El martes 10 de septiembre, el Santo Padre tendrá la ceremonia de despedida de su viaje a África en el aeropuerto de Antananarivo (Madagascar) a las 9:20 a.m. y está previsto que el vuelo aterrice en Roma Ciampino alrededor de las 7:00 p.m. (hora local).
Homilía del Papa Francisco en el Monumento de María Reina de la Paz en Mauricio
El Papa Francisco celebró la Santa Misa en el Monumento de María Reina de la Paz, a las afueras de Port Louis, capital de Mauricio, donde el Pontífice llegó este lunes 9 de septiembre procedente de Madagascar, en su viaje por África que le ha llevado también a Mozambique.
En su homilía, el Papa se refirió a la herencia evangelizadora del beato Jacques-Désiré Laval, misionero francés que llegó a Mauricio en 1841 y cuya labor pastoral marcó a la sociedad y a la Iglesia mauriciana hasta la actualidad.
El Santo Padre recordó que “a través de su impulso misionero y su amor, el padre Laval dio a la Iglesia mauriciana una nueva juventud, un nuevo aliento, que hoy estamos invitados a continuar en el contexto actual”.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
Aquí, ante este altar dedicado a María, Reina de la Paz; en este monte desde el que se ve la ciudad y más allá el mar, nos encontramos para participar de esa multitud de rostros que han venido de Mauricio y de las demás islas de esta región del Océano Índico para escuchar a Jesús que anuncia las bienaventuranzas.
La misma Palabra de Vida que, como hace dos mil años, tiene la misma fuerza, el mismo fuego que enciende hasta los corazones más fríos. Juntos podemos decir al Señor: creemos en ti y, con la luz de la fe y el palpitar del corazón, sabemos que es verdad la profecía de Isaías: anuncias la paz y la salvación, traes buenas noticias, reina nuestro Dios.
Las bienaventuranzas «son el carnet de identidad del cristiano. Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas.
En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 63), tal como hizo el llamado “apóstol de la unidad mauriciana”, el beato Jacques-Désiré Laval, tan venerado en estas tierras. El amor a Cristo y a los pobres marcó su vida de tal manera que lo protegió de la ilusión de realizar una evangelización “lejana y aséptica”.
Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos (cf. 1 Co 9, 19-22): aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación. Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos.
A través de su impulso misionero y su amor, el padre Laval dio a la Iglesia mauriciana una nueva juventud, un nuevo aliento, que hoy estamos invitados a continuar en el contexto actual.
Y este impulso misionero hay que cuidarlo porque puede darse que, como Iglesia de Cristo, caigamos en la tentación de perder el entusiasmo evangelizador refugiándonos en seguridades mundanas que, poco a poco, no sólo condicionan la misión, sino que la vuelven pesada e incapaz de convocar (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 26). El impulso misionero tiene rostro joven y rejuvenecedor. Son precisamente los jóvenes quienes, con su vitalidad y entrega, pueden aportarle la belleza y frescura propia de la juventud cuando desafían a la comunidad cristiana a renovarnos y nos invitan a partir hacia nuevos horizontes (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 37).
Pero esto no siempre es fácil, porque exige que aprendamos a reconocerles y otorgarles un lugar en el seno de nuestra comunidad y de nuestra sociedad.
Pero qué duro es constatar que, a pesar del crecimiento económico que tuvo vuestro país en las últimas décadas, son los jóvenes los que más sufren, ellos son quienes más padecen la desocupación que provoca no sólo un futuro incierto, sino que además les quita la posibilidad de sentirse actores privilegiados de la propia historia común.
Un futuro incierto que los empuja fuera del camino y los obliga a escribir su vida al margen, dejándolos vulnerables y casi sin puntos de referencia ante las nuevas formas de esclavitud de este siglo XXI. ¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión! A ellos debemos invitar a encontrar su felicidad en Jesús; pero no de forma aséptica o lejana, sino aprendiendo a darles un lugar, conociendo “su lenguaje”, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra!
A nuestros jóvenes y a cuantos como ellos sienten que no tienen voz porque están sumergidos en la precariedad, el padre Laval los invitaría a dejar resonar el anuncio de Isaías: «¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén!» (52,9).
Aun cuando lo que nos rodee pueda parecer que no tiene solución, la esperanza en Jesús nos pide recuperar la certeza del triunfo de Dios no sólo más allá de la historia, sino también en la trama oculta de las pequeñas historias que se van entrelazando y que nos tienen como protagonistas de la victoria de Aquel que nos ha regalado el Reino.
Para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. San Juan Pablo II decía que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación [de sí] y la formación de esa solidaridad interhumana» (Enc. Centesimus annus, 41c). En una sociedad así, se vuelve difícil vivir las bienaventuranzas; puede llegar incluso a ser algo mal visto, sospechado, ridiculizado (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 91).
Es cierto, pero no podemos dejar que nos gane el desaliento. Al pie de este monte, que hoy quisiera que fuera el monte de las Bienaventuranzas, también nosotros tenemos que recuperar esta invitación a ser felices. Sólo los cristianos alegres despiertan el deseo de seguir ese camino; «la palabra “feliz” o “bienaventurado” pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha» (ibíd., 64).
Cuando escuchamos el amenazante pronóstico “cada vez somos menos”, en primer lugar, deberíamos preocuparnos no por la disminución de tal o cual modo de consagración en la Iglesia, sino por las carencias de hombres y mujeres que quieren vivir la felicidad haciendo caminos de santidad, hombres y mujeres que dejen arder su corazón con el anuncio más hermoso y liberador.
«Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).
Cuando un joven ve un proyecto de vida cristiana realizado con alegría, eso lo entusiasma y alienta, y siente ese deseo que puede expresar así: “Yo quiero subir a ese monte de las bienaventuranzas, yo quiero encontrarme con la mirada de Jesús y que Él me diga cuál es mi camino de felicidad”.
Pidamos, queridos hermanos y hermanas, por nuestras comunidades, para que, dando testimonio de la alegría de la vida cristiana, vean florecer la vocación a la santidad en las múltiples formas de vida que el Espíritu nos propone. Implorémoslo para esta diócesis, como también para aquellas otras que hoy han hecho el esfuerzo de venir hasta aquí. El padre Laval, el beato cuyas reliquias veneramos, vivió también momentos de decepción y dificultad con la comunidad cristiana, pero finalmente el Señor venció en su corazón.
Tuvo confianza en la fuerza del Señor. Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, dejemos que toque también nuestro corazón para que su novedad renueve nuestra vida y la de nuestra comunidad (cf. ibíd., 11). Y no nos olvidemos que quien convoca con fuerza, quien construye la Iglesia, es el Espíritu Santo.
La imagen de María, la Madre que nos protege y acompaña, nos recuerda que fue llamada la “bienaventurada”. A ella que vivió el dolor como una espada que le atraviesa el corazón, a ella que cruzó el peor umbral del dolor que es ver morir a su hijo, pidámosle el don de la apertura al Espíritu Santo, de la alegría perseverante, esa que no se amilana, ni se repliega, la que siempre vuelve a experimentar y afirmar que “el Todopoderoso hace grandes obras, su nombre es santo”.
Después, el Papa Francisco se trasladará por 43 km en coche cerrado, la primera parte y en papamóvil la última, hacia el Monumento de María Reina de la Paz, en donde será recibido por una familia y allí mismo presidirá la Santa Misa en francés.
Al terminar, el Pontífice se trasladará al episcopio para almorzar con los obispos de la Conferencia Episcopal del Océano Índico (CEDOI).
Por la tarde, Francisco realizará una visita privada al Santuario del Beato Padre Jacques Laval, conocido como “el apóstol de los negros” porque se dedicó a la evangelización de los indígenas de Mauricio.
Posteriormente, el Santo Padre realizará la visita de cortesía al Presidente en el Palacio Presidencial, y después, se reunirá allí mismo con el Primer Ministro. Al finalizar los dos encuentros privados, el Papa se reunirá con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el Palacio Presidencial.
Por último, el Papa se trasladará al aeropuerto de Port Louis para la ceremonia despedida. Está previsto que el avión despegue a las 7:00 p.m. hacia Antananarivo, y que la cena sea durante el vuelo de dos horas, para ir después a descansar a la Nunciatura Apostólica.
El martes 10 de septiembre, el Santo Padre tendrá la ceremonia de despedida de su viaje a África en el aeropuerto de Antananarivo (Madagascar) a las 9:20 a.m. y está previsto que el vuelo aterrice en Roma Ciampino alrededor de las 7:00 p.m. (hora local).
Homilía del Papa Francisco en el Monumento de María Reina de la Paz en Mauricio
El Papa Francisco celebró la Santa Misa en el Monumento de María Reina de la Paz, a las afueras de Port Louis, capital de Mauricio, donde el Pontífice llegó este lunes 9 de septiembre procedente de Madagascar, en su viaje por África que le ha llevado también a Mozambique.
En su homilía, el Papa se refirió a la herencia evangelizadora del beato Jacques-Désiré Laval, misionero francés que llegó a Mauricio en 1841 y cuya labor pastoral marcó a la sociedad y a la Iglesia mauriciana hasta la actualidad.
El Santo Padre recordó que “a través de su impulso misionero y su amor, el padre Laval dio a la Iglesia mauriciana una nueva juventud, un nuevo aliento, que hoy estamos invitados a continuar en el contexto actual”.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
Aquí, ante este altar dedicado a María, Reina de la Paz; en este monte desde el que se ve la ciudad y más allá el mar, nos encontramos para participar de esa multitud de rostros que han venido de Mauricio y de las demás islas de esta región del Océano Índico para escuchar a Jesús que anuncia las bienaventuranzas.
La misma Palabra de Vida que, como hace dos mil años, tiene la misma fuerza, el mismo fuego que enciende hasta los corazones más fríos. Juntos podemos decir al Señor: creemos en ti y, con la luz de la fe y el palpitar del corazón, sabemos que es verdad la profecía de Isaías: anuncias la paz y la salvación, traes buenas noticias, reina nuestro Dios.
Las bienaventuranzas «son el carnet de identidad del cristiano. Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas.
En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 63), tal como hizo el llamado “apóstol de la unidad mauriciana”, el beato Jacques-Désiré Laval, tan venerado en estas tierras. El amor a Cristo y a los pobres marcó su vida de tal manera que lo protegió de la ilusión de realizar una evangelización “lejana y aséptica”.
Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos (cf. 1 Co 9, 19-22): aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación. Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos.
A través de su impulso misionero y su amor, el padre Laval dio a la Iglesia mauriciana una nueva juventud, un nuevo aliento, que hoy estamos invitados a continuar en el contexto actual.
Y este impulso misionero hay que cuidarlo porque puede darse que, como Iglesia de Cristo, caigamos en la tentación de perder el entusiasmo evangelizador refugiándonos en seguridades mundanas que, poco a poco, no sólo condicionan la misión, sino que la vuelven pesada e incapaz de convocar (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 26). El impulso misionero tiene rostro joven y rejuvenecedor. Son precisamente los jóvenes quienes, con su vitalidad y entrega, pueden aportarle la belleza y frescura propia de la juventud cuando desafían a la comunidad cristiana a renovarnos y nos invitan a partir hacia nuevos horizontes (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 37).
Pero esto no siempre es fácil, porque exige que aprendamos a reconocerles y otorgarles un lugar en el seno de nuestra comunidad y de nuestra sociedad.
Pero qué duro es constatar que, a pesar del crecimiento económico que tuvo vuestro país en las últimas décadas, son los jóvenes los que más sufren, ellos son quienes más padecen la desocupación que provoca no sólo un futuro incierto, sino que además les quita la posibilidad de sentirse actores privilegiados de la propia historia común.
Un futuro incierto que los empuja fuera del camino y los obliga a escribir su vida al margen, dejándolos vulnerables y casi sin puntos de referencia ante las nuevas formas de esclavitud de este siglo XXI. ¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión! A ellos debemos invitar a encontrar su felicidad en Jesús; pero no de forma aséptica o lejana, sino aprendiendo a darles un lugar, conociendo “su lenguaje”, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra!
A nuestros jóvenes y a cuantos como ellos sienten que no tienen voz porque están sumergidos en la precariedad, el padre Laval los invitaría a dejar resonar el anuncio de Isaías: «¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén!» (52,9).
Aun cuando lo que nos rodee pueda parecer que no tiene solución, la esperanza en Jesús nos pide recuperar la certeza del triunfo de Dios no sólo más allá de la historia, sino también en la trama oculta de las pequeñas historias que se van entrelazando y que nos tienen como protagonistas de la victoria de Aquel que nos ha regalado el Reino.
Para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. San Juan Pablo II decía que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación [de sí] y la formación de esa solidaridad interhumana» (Enc. Centesimus annus, 41c). En una sociedad así, se vuelve difícil vivir las bienaventuranzas; puede llegar incluso a ser algo mal visto, sospechado, ridiculizado (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 91).
Es cierto, pero no podemos dejar que nos gane el desaliento. Al pie de este monte, que hoy quisiera que fuera el monte de las Bienaventuranzas, también nosotros tenemos que recuperar esta invitación a ser felices. Sólo los cristianos alegres despiertan el deseo de seguir ese camino; «la palabra “feliz” o “bienaventurado” pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha» (ibíd., 64).
Cuando escuchamos el amenazante pronóstico “cada vez somos menos”, en primer lugar, deberíamos preocuparnos no por la disminución de tal o cual modo de consagración en la Iglesia, sino por las carencias de hombres y mujeres que quieren vivir la felicidad haciendo caminos de santidad, hombres y mujeres que dejen arder su corazón con el anuncio más hermoso y liberador.
«Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).
Cuando un joven ve un proyecto de vida cristiana realizado con alegría, eso lo entusiasma y alienta, y siente ese deseo que puede expresar así: “Yo quiero subir a ese monte de las bienaventuranzas, yo quiero encontrarme con la mirada de Jesús y que Él me diga cuál es mi camino de felicidad”.
Pidamos, queridos hermanos y hermanas, por nuestras comunidades, para que, dando testimonio de la alegría de la vida cristiana, vean florecer la vocación a la santidad en las múltiples formas de vida que el Espíritu nos propone. Implorémoslo para esta diócesis, como también para aquellas otras que hoy han hecho el esfuerzo de venir hasta aquí. El padre Laval, el beato cuyas reliquias veneramos, vivió también momentos de decepción y dificultad con la comunidad cristiana, pero finalmente el Señor venció en su corazón.
Tuvo confianza en la fuerza del Señor. Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, dejemos que toque también nuestro corazón para que su novedad renueve nuestra vida y la de nuestra comunidad (cf. ibíd., 11). Y no nos olvidemos que quien convoca con fuerza, quien construye la Iglesia, es el Espíritu Santo.
La imagen de María, la Madre que nos protege y acompaña, nos recuerda que fue llamada la “bienaventurada”. A ella que vivió el dolor como una espada que le atraviesa el corazón, a ella que cruzó el peor umbral del dolor que es ver morir a su hijo, pidámosle el don de la apertura al Espíritu Santo, de la alegría perseverante, esa que no se amilana, ni se repliega, la que siempre vuelve a experimentar y afirmar que “el Todopoderoso hace grandes obras, su nombre es santo”.
Gracias a la Virgen: la historia del monumento donde el Papa celebró Misa en Mauricio
A su llegada a Port Louis, capital de Isla Mauricio, el Papa Francisco celebró la Misa en el precioso monumento de María, Reina de la Paz a la que asistieron unas 100 mil personas, según los organizadores.
Este lugar ha sido escenario de importantes momentos de la vida de la Iglesia católica en Isla Mauricio desde su inauguración el 15 de agosto de 1940.
El monumento conocido como María, Reina de la Paz, se construyó como agradecimiento por haber preservado a Isla Mauricio de entrar en la I Guerra Mundial.
La estructura del monumento está diseñada en forma ascendente y en varios niveles. Una imagen de la Virgen María, Reina de la Paz, corona todo el monumento.
Esta imagen de la Virgen es de mármol blanco de Carrara, mide 3 metros y está representada con la Tierra entre las manos, lo que muestra que es Reina de la Paz y que a ella está encomendado el mundo.
En este mismo lugar San Juan Pablo II celebró la Misa el 14 de octubre de 1989, cuando visitó Isla Mauricio, donde recordó al beato Padre Jacques-Désiré Laval, misionero evangelizador de esta isla que había sido beatificado en el Vaticano el 29 de abril de 1979.
Este monumento de María, Reina de la Paz es uno de los puntos principales de la vida de la iglesia, en él se celebró en 1947 el centenario de la Diócesis; en 1955 la primera ordenación colectiva de sacerdotes mauritanos; en 1969 tuvo lugar la consagración episcopal del Cardenal Jean Margéot, primer Obispo local.
Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano, afirma el Papa
“Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano”, afirmó el Papa Francisco durante la Misa que celebró este lunes 9 de octubre en el Monumento de María Reina de la Paz en Mauricio.
El Santo Padre explicó que “si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ‘¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?’, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas”.
Ante una multitud de fieles, y representantes de otras religiones presentes en el país, el Pontífice presidió la celebración eucarística en este Monumento construido a las afueras de Port Louis, capital de Mauricio, en 1940 para conmemorar la protección del país por parte de la Virgen durante la Primera Guerra Mundial.
Francisco destacó en su homilía la importancia que tiene para Mauricio la herencia de la evangelización del beato Jacques-Désiré Laval.
Jacques-Désiré Laval, misionero francés, llegó en 1841 a la isla de Mauricio y evangelizó con entusiasmo a los esclavos liberados. Fundó numerosos hospitales para hacer frente a las epidemias de cólera de 1854, 1857 y 1862. También fundó escuelas, construyó capillas para promover la formación espiritual y la integración social de la población. Falleció el 9 de septiembre de 1864 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de abril de 1979.
El Papa Francisco subrayó que el beato Jacques-Désiré Laval “sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos. Aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación”.
“Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias”.
“Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos”.
El Papa invitó a cuidar ese impulso misionero “porque puede darse que, como Iglesia de Cristo, caigamos en la tentación de perder el entusiasmo evangelizador refugiándonos en seguridades mundanas que, poco a poco, no sólo condicionan la misión, sino que la vuelven pesada e incapaz de convocar”.
Por otro lado, en su homilía, el Santo Padre también lamentó que, a pesar del crecimiento económico experimentado en las últimas décadas por Mauricio, los jóvenes se encuentran muchas veces en situación de exclusión.
“Ellos son quienes más padecen la desocupación que provoca no sólo un futuro incierto, sino que además les quita la posibilidad de sentirse actores privilegiados de la propia historia común”.
“Un futuro incierto que los empuja fuera del camino y los obliga a escribir su vida al margen, dejándolos vulnerables y casi sin puntos de referencia ante las nuevas formas de esclavitud de este siglo XXI. ¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión!”, exclamó.
El Papa continuó: “A ellos debemos invitar a encontrar su felicidad en Jesús; pero no de forma aséptica o lejana, sino aprendiendo a darles un lugar, conociendo ‘su lenguaje’, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra!”.
Por último, invitó a los responsables de la Iglesia en Mauricio a no esperar un contexto favorable para llegar a los jóvenes, porque “para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra”.
“Cuando un joven ve un proyecto de vida cristiana realizado con alegría, eso lo entusiasma y alienta”, resaltó.
Esta es la historia del evangelizador de Mauricio
En su visita a Mauricio, el Papa Francisco visitó la tumba del beato P. Jacques-Désiré Laval, cuya festividad se celebra hoy 9 de septiembre, y es considerado héroe nacional.
El P. Jacques-Désiré Laval fue un misionero francés que llegó en 1841 a la isla de Mauricio y evangelizó con entusiasmo a los esclavos liberados, por eso es conocido como “el apóstol de Mauricio" o "apóstol de los negros”.
Fundó numerosos hospitales para hacer frente a las epidemias de cólera de 1854, 1857 y 1862. También fundó escuelas, construyó capillas para promover la formación espiritual y la integración social de la población.
Falleció el 9 de septiembre de 1864 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de abril de 1979.
Durante la celebración de la Misa en Port Louis, capital de Isla Mauricio, en el Monumento de María, Reina de la Paz, el Papa Francisco se refirió al Beato P. Laval como alguien a quien al que “el amor a Cristo y a los pobres” marcó toda su vida.
También recordó que el P. Laval “sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos: aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación”.
La devoción al P. Laval está muy extendida en Mauricio, tanto es así que el 9 de septiembre, día de su fallecimiento, es fiesta nacional en la isla. Además, desde hace 153 años durante la noche del 8 al 9 de septiembre se una multitudinaria peregrinación al pequeño santuario “cave du Père Laval”, situado en la localidad de Sante Croix (Mauricio), donde se encuentran los restos de este beato.
Allí acuden miles de personas, sin importar la religión que profesan, que quieren rezar ante este religioso que dio su vida por la evangelización de los últimos en Mauricio.
En esta ocasión, según informa OMP España, con motivo de la visita del Papa Francisco a Mauricio, la peregrinación del P. Laval se realizó un día antes, del 7 al 8 de septiembre y también reunió a decenas de miles de personas.
El Papa Francisco reza en la tumba del Beato Père Laval, “el apóstol de los negros”
El Papa Francisco rezó ante la tumba del beato Père Jacques-Désiré Laval, conocido como “el apóstol de los negros”, durante su viaje apostólico en Mauricio de este 9 de septiembre.
Tras haber celebrado la Santa Misa en el Monumento de María Reina de la Paz y haber almorzado con los obispos de la Conferencia Episcopal del Océano Índico (CEDOI), el Santo Padre realizó una visita privada al Santuario del beato Padre Jacques Laval, conocido como “el apóstol de los negros” porque se dedicó a la evangelización de los indígenas de Mauricio.
El #PapaFrancisco reza ante la tumba del beato Père Laval, conocido como "el apóstol de los negros. Fue el primer beato declarado durante el Pontificado de San Juan Pablo II. #StayTuned @aciprensa @aciafricanews @mercedesdelat
Ver los otros Tweets de Mercedes De la Torre
Jacques-Désiré Laval fue un misionero francés que llegó en 1841 a la isla de Mauricio y evangelizó a los esclavos liberados. Fundó numerosos hospitales para hacer frente a las epidemias de cólera de 1854, 1857 y 1862.
También fundó escuelas, construyó capillas para promover la formación espiritual y la integración social de la población. Falleció el 9 de septiembre de 1864 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de abril de 1979.
Legado del beato Laval
El Papa Francisco destacó este 9 de septiembre la importancia que tiene para Mauricio la herencia del beato Jacques-Désiré Laval durante la Misa que presidió ante miles de fieles procedentes no solo de Mauricio, sino de las regiones cercanas también.
“Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos. Aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación”, explicó el Papa durante la homilía.
En esta línea, el beato Laval “supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias”.
Además, Francisco señaló que el P. Laval diría a los jóvenes y a “cuantos como ellos sienten que no tienen voz porque están sumergidos en la precariedad” el anuncio del profeta Isaías: Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén”.
Por último, el Pontífice relató que el beato Laval “vivió también momentos de decepción y dificultad con la comunidad cristiana, pero finalmente el Señor venció en su corazón”.
“Tuvo confianza en la fuerza del Señor. Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, dejemos que toque también nuestro corazón para que su novedad renueve nuestra vida y la de nuestra comunidad. Y no nos olvidemos que quien convoca con fuerza, quien construye la Iglesia, es el Espíritu Santo”, concluyó el Papa.
Después de rezar por varios minutos con profunda devoción y silencio, el Santo Padre saludó a 12 enfermos y a 20 familiares de personas tóxico dependientes, quienes viven en la “Casa A” gestionada por un diácono permanente con su esposa.
Al finalizar la visita, el Papa Francisco fue en auto al Palacio Presidencial para realizar la visita de cortesía al Presidente de la República, encontrarse con privado con el Primer Ministro y después pronunciar un discurso ante las autoridades civiles y el cuerpo diplomático.
Antes de finalizar su viaje a Mauricio y emprender el regreso a Roma después de un viaje por África que también le ha llevado a Mozambique y Madagascar desde el pasado 4 de septiembre, el Papa Francisco realizó una visita de cortesía al Presidente ad interim de la República de Mauricio, Barlen Vyapoory.
El encuentro tuvo lugar en el Salón Azul del Palacio Presidencial. Posteriormente, el Presidente presentó al Papa al Primer Ministro, Pravind Kumar Jugnauth antes del tradicional intercambio de regalos.
Finalizados estos encuentros de cortesía, el Pontífice se dirigió al Gran Salón del Palacio donde ofreció un discurso a las autoridades, representantes de la sociedad civil y el cuerpo diplomático.
En su discurso, el Santo Padre trató diversos temas: acogida a los migrantes, lucha contra la discriminación, un desarrollo económico que no excluya a los desfavorecidos, defensa del medio ambiente y diálogo interreligioso.
A continuación, el discurso completo del Papa Francisco:
Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Distinguidos miembros del Gobierno,
Distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y señores, representantes de la sociedad civil,
Representantes de las diversas confesiones religiosas,
Señoras y señores:
Saludo cordialmente a las Autoridades del Estado de Mauricio y les agradezco la invitación a visitar vuestra República. Agradezco al Primer Ministro las amables palabras que me acaba de dirigir, así como su bienvenida y la del señor Presidente. Saludo a los miembros del Gobierno, de la sociedad civil y del Cuerpo Diplomático.
Quiero también saludar y agradecer fraternalmente la presencia hoy aquí de los representantes de otras denominaciones cristianas y de las diferentes religiones presentes en la isla Mauricio.
Estoy contento, gracias a esta breve visita, de poder conocer vuestro pueblo, caracterizado por poseer, no sólo un rostro multicultural, étnico y religioso sino, sobre todo, la belleza que proviene de vuestra capacidad de reconocer, respetar y armonizar las diferencias existentes en función de un proyecto común.
Así es toda la historia de vuestro pueblo que nació con la llegada de migrantes de diferentes horizontes y continentes, portadores de sus tradiciones, su cultura y su religión, y que aprendieron, poco a poco, a enriquecerse con la diferencia de los demás y a encontrar los medios para vivir juntos, buscando construir una hermandad preocupada por el bien común.
En este sentido, vosotros poseéis una voz autorizada —porque se hizo vida— capaz de recordar que es posible alcanzar una paz estable desde la convicción de que «la diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 230).
Esta es base y oportunidad para la construcción de una real comunión dentro de la gran familia humana, sin necesidad de marginar, excluir o rechazar.
El ADN de vuestro pueblo guarda la memoria de estos movimientos migratorios que condujeron a vuestros antepasados a esta isla y que también los llevaron a abrirse a las diferencias para integrarlas y promoverlas por el bien de todos.
Es por eso que os aliento, en fidelidad a vuestras raíces, a asumir el desafío de dar la bienvenida y proteger a los migrantes que vienen hoy para encontrar un trabajo y, para muchos de ellos, mejores condiciones de vida para sus familias.
Preocuparos de darles la bienvenida como vuestros antepasados supieron acogerse recíprocamente; como protagonistas y defensores de una verdadera cultura del encuentro que permita a los migrantes —y a todos— ser reconocidos en su dignidad y derechos.
En la historia reciente de vuestro pueblo, quisiera recordar la tradición democrática instaurada después de la independencia y que contribuye a hacer de la isla Mauricio un oasis de paz.
Espero que este estilo de vida democrático pueda ser cultivado y desarrollado, especialmente luchando contra todas las formas de discriminación. Porque «la auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales» (Mensaje para la 52 Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2019).
Que vosotros, que estáis comprometidos en la vida política de la República de Mauricio, podáis ser un ejemplo para quienes confían en vosotros, especialmente para los jóvenes. Por vuestra actitud y disposición para luchar contra todas las formas de corrupción, que podáis manifestar la grandeza de vuestro compromiso al servicio del bien común y ser siempre dignos de la confianza que os dan vuestros conciudadanos.
Desde su independencia, vuestro país experimentó un fuerte desarrollo económico del cual, sin duda, debemos alegrarnos, a la vez que estar atentos. En el contexto actual, a menudo parece que el crecimiento económico no siempre beneficia a todos y que incluso deja a un costado —por ciertas estrategias de su dinámica— a un cierto número de personas, especialmente a los jóvenes.
Por eso me gustaría animaros a promover una política económica orientada hacia las personas y que sepa privilegiar una mejor distribución de los ingresos, la creación de oportunidades de empleo y una promoción integral de los más pobres (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204).
Animaos a no sucumbir a la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad, que sólo toma en cuenta el beneficio inmediato en detrimento de la protección de los más pobres, de nuestro medio ambiente y sus recursos. Se trata de avanzar con esa actitud constructiva que, como escribió el cardenal Piat con ocasión del 50 aniversario de la independencia de Mauricio, impulsa a implementar una conversión ecológica integral.
Dicha conversión mira no sólo a evitar terribles fenómenos climáticos o grandes desastres naturales, sino que también busca promover un cambio en los estilos de vida para que el crecimiento económico realmente pueda beneficiar a todos, sin correr el riesgo de causar catástrofes ecológicas ni graves crisis sociales.
Señoras y señores: Deseo expresar mi agradecimiento por cómo en Mauricio las diferentes religiones, con sus respectivas identidades, trabajan mancomunadamente para contribuir a la paz social y recordar el valor trascendente de la vida contra todo tipo de reduccionismo.
Y reitero la disposición de los católicos en Mauricio de continuar participando en este diálogo fecundo que ha marcado con tanta fuerza la historia de vuestro pueblo. Gracias por vuestro testimonio.
Nuevamente gracias por vuestra cálida bienvenida. Es mi deseo que Dios bendiga a vuestro pueblo y todos los esfuerzos que realizan para fomentar el encuentro entre diferentes culturas, civilizaciones y tradiciones religiosas en la promoción de una sociedad justa, que no se olvida de sus hijos, especialmente de aquellos más necesitados. ¡Que su amor y misericordia continúen acompañándos y protegiéndos!
El Papa pide en Mauricio no caer en la tentación de un modelo económico idólatra
El Papa Francisco ofreció un discurso a las autoridades de Mauricio, a los representantes de la sociedad civil y al cuerpo diplomático destacado en el país insular antes de regresar a Roma y finalizar el viaje apostólico que, desde el 4 de septiembre, le ha llevado también por Mozambique y Madagascar.
En su discurso, pronunciado en el Palacio Presidencial, donde también se reunió con el Presidente del país y el Primer Ministro, el Pontífice habló sobre migración, democracia, desarrollo económico y diálogo interreligioso.
En concreto, el Papa pidió a las personas con responsabilidad política, económica y social en el país que no sucumban “a la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad”.
Migrantes
El Santo Padre recordó que uno de los pilares fundacionales de Mauricio es la migración. “Toda la historia de vuestro pueblo nació con la llegada de migrantes de diferentes horizontes y continentes, portadores de sus tradiciones, su cultura y su religión, y que aprendieron, poco a poco, a enriquecerse con la diferencia de los demás y a encontrar los medios para vivir juntos, buscando construir una hermandad preocupada por el bien común”.
Por lo tanto, “el ADN de vuestro pueblo guarda la memoria de estos movimientos migratorios que condujeron a vuestros antepasados a esta isla y que también los llevaron a abrirse a las diferencias para integrarlas y promoverlas por el bien de todos”.
“Es por eso que os aliento, en fidelidad a vuestras raíces, a asumir el desafío de dar la bienvenida y proteger a los migrantes que vienen hoy para encontrar un trabajo y, para muchos de ellos, mejores condiciones de vida para sus familias”.
Democracia
El Papa quiso concretar más y se centró en la historia reciente del país: “Quisiera recordar la tradición democrática instaurada después de la independencia y que contribuye a hacer de la isla Mauricio un oasis de paz”.
En su discurso, el Pontífice mostró su deseo de que “este estilo de vida democrático pueda ser cultivado y desarrollado, especialmente luchando contra todas las formas de discriminación”.
“Que vosotros, que estáis comprometidos en la vida política de la República de Mauricio, podáis ser un ejemplo para quienes confían en vosotros, especialmente para los jóvenes. Por vuestra actitud y disposición para luchar contra todas las formas de corrupción, que podáis manifestar la grandeza de vuestro compromiso al servicio del bien común y ser siempre dignos de la confianza que os dan vuestros conciudadanos”.
Desarrollo económico
El desarrollo económico fue otro de los temas tratados por Francisco. Recordó que “desde su independencia, vuestro país experimentó un fuerte desarrollo económico del cual, sin duda, debemos alegrarnos, a la vez que estar atentos”.
“En el contexto actual, a menudo parece que el crecimiento económico no siempre beneficia a todos y que incluso deja a un costado –por ciertas estrategias de su dinámica– a un cierto número de personas, especialmente a los jóvenes”.
Por esa razón, “me gustaría animaros a promover una política económica orientada hacia las personas y que sepa privilegiar una mejor distribución de los ingresos, la creación de oportunidades de empleo y una promoción integral de los más pobres”.
El Papa invitó “a no sucumbir a la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad, que sólo toma en cuenta el beneficio inmediato en detrimento de la protección de los más pobres, de nuestro medio ambiente y sus recursos”.
Dicha conversión no sólo trata de “evitar terribles fenómenos climáticos o grandes desastres naturales, sino que también busca promover un cambio en los estilos de vida para que el crecimiento económico realmente pueda beneficiar a todos, sin correr el riesgo de causar catástrofes ecológicas ni graves crisis sociales”.
Diálogo interreligioso
Por último, el Papa Francisco habló del diálogo interreligioso que se da en Mauricio, un país en el que conviven las diferentes confesiones cristianas con otras religiones, como el hinduismo y el islam.
El Santo Padre alabó el modo en que “las diferentes religiones, con sus respectivas identidades, trabajan mancomunadamente para contribuir a la paz social y recordar el valor trascendente de la vida contra todo tipo de reduccionismo”.
En ese contexto, reiteró “la disposición de los católicos en Mauricio de continuar participando en este diálogo fecundo que ha marcado con tanta fuerza la historia de vuestro pueblo. Gracias por vuestro testimonio”.