Dia 4 en Madagascar


Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada ante un millón de fieles en Madagascar
El Papa Francisco presidió este domingo 8 de septiembre la celebración de la Misa en el Campo Diocesano de Soamandrakizay, en Madagascar, donde se encuentra de viaje apostólico, ante 1 millón de fieles, según estimaciones de los organizadores.


En su homilía, el Pontífice habló de las exigencias de Jesús para aquellos que deciden seguirle, y que implican una renuncia a la vida cerrada y al individualismo.

“Cuán urgente es esta invitación de Jesús a morir a nuestros encierros, a nuestros individualismos orgullosos para dejar que el espíritu de hermandad –que surge del costado abierto de Jesucristo, de donde nacemos como familia de Dios– triunfe, y donde cada uno pueda sentirse amado, porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad”.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

El Evangelio nos dice que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Como esas multitudes que se agrupaban a lo largo del camino de Jesús, muchos de vosotros habéis venido para acoger su mensaje y para seguirlo. Pero bien sabéis que el seguimiento de Jesús no es fácil. No es relajante. Vosotros no habéis reposado y muchos de vosotros habéis pasado la noche aquí. El evangelio de Lucas nos recuerda, en efecto, las exigencias de este compromiso.

Es importante evidenciar cómo estas exigencias se dan en el marco de la subida de Jesús a Jerusalén, entre la parábola del banquete donde la invitación está abierta a todos —especialmente para aquellos rechazados que viven en las calles y plazas, en el cruce de caminos—; y las tres parábolas llamadas de la misericordia, donde también se organiza fiesta cuando lo perdido es hallado, cuando quien parecía muerto es acogido, celebrado y devuelto a la vida en la posibilidad de un nuevo comenzar. Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo.

La primera exigencia nos invita a mirar nuestros vínculos familiares. La vida nueva que el Señor nos propone resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que creen que el acceso al Reino de los Cielos sólo puede limitarse o reducirse a los vínculos de sangre, a la pertenencia a determinado grupo, clan o cultura particular.


Cuando el “parentesco” se vuelve la clave decisiva y determinante de todo lo que es justo y bueno se termina por justificar y hasta “consagrar” ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios y la exclusión — favoritismos, amiguismos y, por tanto, corrupción—. La exigencia del Maestro nos lleva a levantar la mirada y nos dice: cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social «no puede ser mi discípulo» (Lc 14,26). Su amor y entrega es una oferta gratuita por todos y para todos.

La segunda exigencia nos muestra lo difícil que resulta el seguimiento del Señor cuando se quiere identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses personales o con la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación.

La exigencia del Maestro nos anima a no manipular el Evangelio con tristes reduccionismos sino a construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; animándonos a vivir el «diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dhabi, 4 febrero 2019); no cediendo a la tentación de ciertas doctrinas incapaces de ver crecer juntos el trigo y la cizaña en la espera del dueño de la mies (cf. Mt 13,24-30).

Y, por último, ¡qué difícil puede resultar compartir la vida nueva que el Señor nos regala cuando continuamente somos impulsados a justificarnos a nosotros mismos, creyendo que todo proviene exclusivamente de nuestras fuerzas y de aquello que poseemos, cuando la carrera por la acumulación se vuelve agobiante y abrumadora —como escuchamos en la primera lectura— exacerbando el egoísmo y el uso de medios inmorales!

La exigencia del Maestro es una invitación a recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55) tejido entre Dios y tantas manos silenciosas de personas de las cuales sólo llegaremos a conocer sus nombres en la manifestación del Reino de los Cielos.

Con estas exigencias, el Señor quiere preparar a sus discípulos a la fiesta de la irrupción del Reino de Dios liberándolos de ese obstáculo dañino, en definitiva, una de las peores esclavitudes: el vivir para sí. Es la tentación de encerrarse en pequeños mundos que termina dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.

Muchos, al encerrarse, pueden sentirse “aparentemente” seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).

En el camino hacia Jerusalén, el Señor, con estas exigencias, nos invita a levantar la mirada, a ajustar las prioridades y sobre todo a crear espacios para que Dios sea el centro y eje de nuestra vida.

Miremos nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios. Cuán urgente es esta invitación de Jesús a morir a nuestros encierros, a nuestros individualismos orgullosos para dejar que el espíritu de hermandad —que surge del costado abierto de Jesucristo, de donde nacemos como familia de Dios— triunfe, y donde cada uno pueda sentirse amado, porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad.

«Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él» (Homilía con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, 18 noviembre 2018).

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos invita a reanudar el camino y a atrevernos a dar ese salto cualitativo y adoptar esta sabiduría del desprendimiento personal como la base para la justicia y para la vida de cada uno de nosotros: porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas.

Las exigencias que indica Jesús dejan de ser pesantes cuando comenzamos a gustar la alegría de la vida nueva que él mismo nos propone: la alegría que nace de saber que Él es el primero en salir a buscarnos al cruce de caminos, también cuando estábamos perdidos como aquella oveja o ese hijo pródigo. Que este humilde realismo nos impulse a asumir grandes desafíos, y os dé las ganas de hacer de vuestro bello país un lugar donde el Evangelio se haga vida, y la vida sea para mayor gloria de Dios.

Estas son las 3 exigencias de la vida cristiana, según el Papa Francisco
El Papa Francisco recordó que “seguir a Jesús no es fácil” y subrayó que es un compromiso con “exigencias”.

Así lo afirmó en la homilía de la Misa que presidió ante 1 millón de fieles este domingo 8 de septiembre en el Campo Diocesano de Soamandrakizay, en Madagascar.

El Santo Padre animó a mirar a “nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios”.

El plan de Dios, señaló exige a los cristianos apertura de corazón, entrega y renuncia al individualismo. “Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo”, aseguró.

Primera exigencia: Ver al otro como hermano
La primera exigencia de la vida cristiana explicada por el Papa Francisco “nos invita a mirar nuestros vínculos familiares”.

“La vida nueva que el Señor nos propone resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que creen que el acceso al Reino de los Cielos sólo puede limitarse o reducirse a los vínculos de sangre, a la pertenencia a determinado grupo, clan o cultura particular”.

Por el contrario, “la exigencia del Maestro nos lleva a levantar la mirada y nos dice: cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social ‘no puede ser mi discípulo’”.

Segunda exigencia: Desechar reduccionismos
La segunda exigencia nos muestra “lo difícil que resulta el seguimiento del Señor cuando se quiere identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses personales o con la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación”.

“La exigencia del Maestro nos anima a no manipular el Evangelio con tristes reduccionismos sino a construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; animándonos a vivir el ‘diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio’; no cediendo a la tentación de ciertas doctrinas incapaces de ver crecer juntos el trigo y la cizaña en la espera del dueño de la mies”.

Tercera exigencia: Renunciar al individualismo
El Santo Padre hizo hincapié en lo difícil que resulta ser cristiano e imitar la vida de Cristo “cuando continuamente somos impulsados a justificarnos a nosotros mismos, creyendo que todo proviene exclusivamente de nuestras fuerzas y de aquello que poseemos, cuando la carrera por la acumulación se vuelve agobiante y abrumadora exacerbando el egoísmo y el uso de medios inmorales”.

En este caso, “la exigencia del Maestro es una invitación a recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo tejido entre Dios y tantas manos silenciosas de personas de las cuales sólo llegaremos a conocer sus nombres en la manifestación del Reino de los Cielos”.

Discurso del Papa Francisco en la visita a la ciudad de la amistad de Akamasoa
El Papa Francisco visitó a la “Ciudad de la Amistad” de Akamasoa en donde se reunió con más de 8.000 niños y fue acompañado por el misionero argentino Pedro Pablo Opeka a quien le agradeció la labor que realizan a favor de alrededor 25.000 personas.

Akamasoa, significa “buenos amigos” en español, y se trata de una obra humanitaria fundada por el misionero argentino Pedro Pablo Opeka, quien vive en Madagascar desde 1970. El Santo Padre llegó en papamóvil hasta el auditorio Manantenasoa de Akamasoa y fue recibido por el sacerdote de la Congregación de la Misión a quien conoció durante la universidad de teología.

“Queridos jóvenes de Akamasoa, a ustedes quisiera dirigirles un mensaje especial: no bajen nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumban a las tentaciones del camino fácil o del encerrarse en ustedes mismo”, animó el Papa.

A continuación, el saludo que el Papa Francisco pronunció durante esta visita:

Es una gran alegría para mí encontrarme con el padre Pedro Opeka, nos conocimos en la universidad de teología alrededor de 1968, en aquel entonces, a él no le gustaba tanto estudiar… pero sí el trabajo.

Es una gran alegría para mí encontrarme con ustedes en esta gran obra. Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo.

Esta tarde son numerosos en el corazón de esta “Ciudad de la amistad”, que han construido con sus manos y que —no lo dudo— seguirán construyendo para que muchas familias puedan vivir con dignidad. Al ver sus rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo.

Sus gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a sus niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para ustedes y para todos los que los miran. Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad.

En efecto, este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua. Este pueblo es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de “trasladar montañas”. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción.

Recuerden lo que escribió el apóstol Santiago: ‘La fe si no tiene obras está muerta por dentro’ (St 2,17). Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en ustedes, sino entre ustedes, lo que les permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia.

Una educación en valores gracias a la cual aquellas primeras familias que iniciaron la aventura con el padre Opeka pudieron transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás. Y ustedes han podido comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí.

Queridos jóvenes de Akamasoa, a ustedes quisiera dirigirles un mensaje especial: no bajen nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumban a las tentaciones del camino fácil o del encerrarse en ustedes mismos. Gracias, Fanny, por ese hermoso testimonio que nos diste en nombre de los jóvenes del pueblo.

Queridos jóvenes: El trabajo realizado por sus mayores, a ustedes les toca continuarlo. La fuerza para realizarlo la encontrarán en su fe y en el testimonio vivo que sus mayores han plasmado en sus vidas. Dejen que florezcan en ustedes los dones que el Señor les ha dado. Pídanle que les ayude a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas con generosidad.

Así, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras.

Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana.

Queridos amigos de Akamasoa, querido padre Pedro y sus colaboradores: Gracias una vez más por su testimonio profético y su testimonio generador de esperanza. Que Dios les siga bendiciendo.

Les pido que, por favor, no se olviden de rezar por mí.

El Papa Francisco fue recibido con entusiasmo por 8 mil niños cantando “Dios está aquí”

El Papa Francisco fue recibido este domingo con gran entusiasmo por 8.000 niños de Madagascar quienes entonaban y bailaban la canción en español: “Dios está aquí”. Se trató de la visita del Santo Padre a la “ciudad de la amistad” de Akamasoa, localizada en la periferia de Antananaribo, en el marco de su visita apostólica en África.
La “ciudad de la amistad” de Akamasoa (que en español significa “buenos amigos”) fue fundada en 1989 por el sacerdote argentino Pedro Opeka, misionero de la Congregación de la Misión, quien llegó a Madagascar en 1970.


El proyecto comenzó en esta zona periférica de Antananarivo, en donde P. Opeka comenzó a ser misión y un proyecto social proponiendo trabajo y dando un pequeño salario, para darles “la posibilidad de vivir una vida más digna”.

El Pontífice llegó en papamóvil a la “ciudad de la amistad” y fue recibido por el sacerdote Opeka, a quien el Santo Padre dio un fuerte abrazo, mientras que la gente al exterior del auditorio los saludaba con ovaciones.

Después, el Papa entró al auditorio de Manantenasoa, junto al P. Pedro Opeka, y pudo saludar a los niños que encontraba en su camino.

En su saludo inicial, el misionero argentino dijo que Akamasoa “era un lugar de exclusión, de sufrimiento, de violencia y de muerte” y añadió que después de 30 años, “la Divina Providencia creó ‘un oasis’ de esperanza en el cual los niños han recuperado su dignidad, los jóvenes volvieron a la escuela, los padres comenzaron a trabajar para preparar un futuro a sus hijos”.

“La pobreza extrema en este lugar, la hemos radicado gracias a la fe, el trabajo, a la escuela, al respeto recíproco y a la disciplina. Aquí, todos trabajan”, explicó Opeka.

Por su parte, el Papa Francisco confió antes de su saludo que le daba mucha alegría volver a ver al P. Opeka a quien conoció en la Universidad durante sus estudios de teología y a quien “no le gustaba tanto estudiar, pero sí el trabajo”, dijo Francisco con sentido del humor.


Él es el misionero argentino Pedro Pablo Opeka de la Congregación de la Misión, quien vive en desde 1970. Fundador de la obra humanitaria (muy cerca de Antananaribo). Actualmente en la "ciudad de la amistad" viven casi 25mil personas Video: VAMP pool
El Papa con alegría afirmó que “Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo”.

“Al ver sus rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo”, señaló el Papa quien reconoció que estas personas viven en la impotencia “de vivir sin techo, de ver crecer a sus niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para ustedes y para todos los que los miran”.

Sin embargo, el Pontífice dijo que cada rincón de la “ciudad de la amistad” “son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza: ¡la pobreza no es una fatalidad!”, exclamó.

En esta línea, Francisco destacó que se trataba de una “historia de valentía y ayuda mutua” porque es el resultado de muchos años de arduo trabajo. “En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de ‘trasladar montañas’. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.

“Recuerden lo que escribió el apóstol Santiago: ‘La fe si no tiene obras está muerta por dentro’ (St 2,17). Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en ustedes, sino entre ustedes, lo que les permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia”, dijo el Papa.


Por ello, el Santo Padre alabó la “educación en valores gracias a la cual aquellas primeras familias que iniciaron la aventura con el padre Opeka pudieron transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás”.

“Ustedes han podido comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí”.

Al finalizar, el Papa Francisco dirigió un mensaje a los jóvenes presentes: “no bajen nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumban a las tentaciones del camino fácil o del encerrarse en ustedes mismos”.

“Queridos jóvenes: El trabajo realizado por sus mayores, a ustedes les toca continuarlo. La fuerza para realizarlo la encontrarán en su fe y en el testimonio vivo que sus mayores han plasmado en sus vidas. Dejen que florezcan en ustedes los dones que el Señor les ha dado. Pídanle que les ayude a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas con generosidad”, afirmó.

De este modo, el Santo Padre invitó a la oración para que “en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana”.

“Gracias una vez más por su testimonio profético y su testimonio generador de esperanza. Que Dios les siga bendiciendo”, concluyó.

Esta es la oración por lo trabajadores que el Papa Francisco rezó en Madagascar
Después de visitar la Ciudad de la Amistad en Akamasoa, el Papa Francisco continuó su visita apostólica en Madagascar este domingo 8 de septiembre con el rezo de una oración por los trabajadores en la Cantera de Mahatazana, anexa a la Ciudad.

En esta cantera trabajan unas 700 personas y, en lo alto de ella, se alza un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, inaugurado en mayo de 2008. Además, en sus instalaciones, gestionadas por la Ciudad de la Amistad, se imparte formación profesional para jóvenes.

La oración tuvo lugar junto al monumento al Sagrado Corazón de Jesús ante una multitud. A su llegada, dos trabajadores recibieron al Pontífice, acompañado por el misionero argentino Pedro Pablo Opeka, fundador de la Ciudad de la Amistad. Tras los saludos, una trabajadora pronunció su testimonio ante el Santo Padre y, después, el Pontífice rezó la oración.

A continuación, la oración por los trabajadores rezada por el Papa Francisco:

Dios, Padre Nuestro, creador del cielo y de la tierra,
te damos gracias por habernos reunido como hermanos en este lugar,
ante esta roca rota por el trabajo del hombre,
te pedimos por todos los trabajadores.
Por aquellos que trabajan con sus manos,
y con un enorme esfuerzo físico.
Cuida sus cuerpos del desgaste excesivo,
que no les falte la ternura y la capacidad para acariciar
a sus hijos y jugar con ellos.
Concédeles constantemente la fortaleza del alma y la salud del cuerpo
para que no sean esclavos del peso de su oficio.
Haz que el fruto del trabajo les permita
asegurar dignamente la subsistencia de sus familias.
Que encuentren en ellas, cada noche, calor, descanso y aliento,
y que juntos, reunidos bajo tu mirada,
conozcan la auténtica alegría.
Que nuestras familias sepan que la alegría de ganarse el pan
es plena cuando ese pan se comparte;
que nuestros niños no sean forzados a trabajar,
puedan ir a la escuela y perseverar en sus estudios,
y sus maestros ofrezcan tiempo a esta tarea,
sin necesitar de otras actividades para el sustento cotidiano.
Dios de justicia, toca el corazón de los empresarios y los dirigentes:
Que hagan todo lo posible
por asegurar a los trabajadores un salario digno,
y unas condiciones que respeten la dignidad de la persona humana.
Hazte cargo con tu paternal misericordia
de los que no tienen trabajo,
y haz que el desempleo —causa de tantas miserias—
desaparezca de nuestra sociedad.
Que cada uno conozca la alegría y la dignidad de ganarse el propio pan
para llevarlo a su casa y mantener a su familia.
Crea entre los trabajadores un espíritu de auténtica solidaridad.
Que sepan estar atentos unos a otros,
que se animen mutuamente, que apoyen a los que están agobiados,
levanten a los que han caído.
Que, ante la injusticia, sus corazones no cedan a la ira, al rencor, a la amargura,
sino que mantengan viva la esperanza
de ver un mundo mejor y trabajar para alcanzarlo.
Que sepan, juntos, de manera constructiva,
hacer valer sus derechos,
y que sus voces sean escuchadas.
Dios, Padre Nuestro, tú has dado como protector de
los trabajadores del mundo entero a san José,
padre adoptivo de Jesús, esposo valiente de la Virgen María.
A El le confío a todos los que trabajan aquí, en Akamasoa,
así como a todos los trabajadores de Madagascar,
especialmente los que tienen una vida precaria y difícil.
Que el los guarden en el amor de su Hijo
y los sostengan en sus vidas y en sus esperanzas.
Amén.

Papa Francisco en Madagascar: Discurso a los sacerdotes, religiosas y seminaristas

El Papa Francisco se reunió este domingo con los sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas de Madagascar en el campo deportivo del Colegio Saint Michel de Antananaribo a quienes les pidió no dejarse robar “la alegría misionera” y ser “hombres y mujeres de alabanza” y no “profesionales de lo sagrado”.

“Así, más que hombres y mujeres de alabanza, podemos transformarnos en “profesionales de los sagrado”. Derrotemos al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión. ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!”, afirmó el Papa.

En esta línea, el Santo Padre indicó a los religiosos: “dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios”.

A continuación, el discurso que pronunció el Papa Francisco:

Pensé que cuando me traían esta mesa, era para comer, pero no, era para hablar.

Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco su cálida bienvenida. Quiero que mis primeras palabras estén dirigidas especialmente a todos los sacerdotes, consagradas y consagrados que no pudieron viajar por un problema de salud, el peso de los años o alguna complicación. Una oración por ellos todos juntos en silencio.

Al terminar mi visita a Madagascar aquí con ustedes, al ver su alegría, pero también recordando todo lo que he vivido en este tan poco tiempo en su isla, me brotan del corazón aquellas palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas cuando, estremecido de gozo, dijo: ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños’ (10,21).

Y este gozo es confirmado por sus testimonios porque, aun aquello que ustedes expresan como problemáticas, son signos de una Iglesia viva, comprometida, en búsqueda de ser cada día presencia del Señor. Una Iglesia, como ha dicho Sor Suzanne, que busca ser cercana al pueblo, no separarse del pueblo, siempre caminando con el pueblo de Dios.

Esta realidad es una invitación a la memoria agradecida de todos aquellos que no tuvieron miedo y supieron apostar por Jesucristo y su Reino; y ustedes hoy son parte de su heredad.

Antes de ustedes, están las raíces, las raíces de la Evangelización aquí. Ustedes son la herencia, luego dejarán la herencia a los que vengan después. Pienso en los lazaristas, los jesuitas, las hermanas de San José de Cluny, los hermanos de las escuelas cristianas, los misioneros de La Salette y todos los demás pioneros, obispos, sacerdotes y consagrados. Pero también de tantos laicos que, en los momentos difíciles de persecusión, cuando muchos misioneros y consagrados tuvieron que partir, fueron quienes mantuvieron viva la llama de la fe en estas tierras.

Esto nos invita a recordar nuestro bautismo, como el primer y gran sacramento por el que fuimos sellados como hijos de Dios. Todo el resto es expresión y manifestación de ese amor inicial que siempre estamos invitados a renovar.

La frase del Evangelio a la que me referí es parte de la alabanza del Señor al recibir a los setenta y dos discípulos cuando volvían de la misión. Ellos, como ustedes, aceptaron el desafío de ser una Iglesia “en salida”, y traen las alforjas llenas para compartir todo lo que han visto y oído. Ustedes se han atrevido a salir, y aceptaron el desafío de llevar la luz del Evangelio a los distintos rincones de esta isla.

Sé que muchos de ustedes viven situaciones difíciles, donde faltan los servicios esenciales —agua, electricidad, carreteras, medios de comunicación— o la falta de recursos económicos para llevar adelante la vida y la actividad pastoral. Muchos de ustedes sienten sobre sus hombros, por no decir sobre su salud, el peso del trabajo apóstolico.

Pero ustedes han elegido permanecer y estar al lado de su pueblo, con su pueblo. Gracias por esto. Muchas gracias por su testimonio y por querer quedaros ahí y no hacer de la vocación un “pasaje a una mejor vida”. Gracias por esto.

Y quedarse ahí con esa conciencia, como decía Sor Suzanne: “a pesar de nuestras miserias y debilidades, nos comprometemos con todo nuestro ser a la gran misión de la evangelización”. La persona consagrada —en el amplio sentido de la palabra— es la mujer, el hombre que aprendieron y quieren quedarse, en el corazón de su Señor y en el corazón de su pueblo. Esta es la clave, permanecer en el corazón del Señor, en el corazón del pueblo.

Al recibir y escuchar a sus discípulos que vuelven llenos de gozo, lo primero que Jesús hace es alabar y bendecir a su Padre; y esto nos muestra una parte fundamental de nuestra vocación. Somos hombres y mujeres de alabanza. La persona consagrada es capaz de reconocer y señalar la presencia de Dios allí donde se encuentre. Es más, quiere vivir en su presencia, que aprendió a saborear, gustar y compartir.

En la alabanza encontramos nuestra pertenencia e identidad más hermosa porque libra al discípulo del ansia del “se debería hacer”. Esa ansia que arruina y le devuelve el gusto por la misión y por estar con su pueblo; le ayuda a ajustar los “criterios” con los que se mide a sí mismo, mide a los otros y a toda la actividad misionera, para que no tengan algunas veces poco sabor a Evangelio.

Muchas veces podemos caer en la tentación de pasar horas hablando de los “éxitos” o “fracasos”, de la “utilidad” de nuestras acciones, o la “influencia” que podamos tener en la sociedad. Discusiones que terminan ocupando el primer puesto y el centro de toda nuestra atención. Esto que nos conduce —no pocas veces— a soñar con planes apostólicos más grandes, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados que terminan por negar nuestra historia —al igual que la de su pueblo— que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96).

Al alabar aprendemos la sensibilidad para no “desorientarnos” y hacer de los medios nuestros fines, de lo superfluo lo importante; en la alabanza aprendemos la libertad para poner en marcha procesos más que querer ocupar espacios (cf. ibíd., 223); aprendemos la gratuidad de fomentar todo lo que haga crecer, madurar y fructificar al pueblo de Dios antes que orgullecernos por cierto éxito fácil, rápido pero efímero “rédito” pastoral. En cierta medida, gran parte de nuestra vida, de nuestra alegría y fecundidad misionera se juega en esta invitación de Jesús a la alabanza.

Como bien le gustaba señalar a ese hombre sabio y santo, como ha sido Romano Guardini: ‘El que adora a Dios en sus sentimientos más hondos y también, cuando tiene tiempo, realmente, con actos vivos, se encuentra cobijado en la verdad. Puede equivocarse en muchas cosas; puede quedar abrumado y desconcertado por el peso de sus acciones; pero, en último término, las direcciones y los órdenes de su existencia están seguros’ (Pequeña Suma Teológica, Madrid 1963, 29). En la alabanza, en la adoración.

Los setenta y dos eran conscientes de que el éxito de la misión dependió de hacerla “en nombre del Señor Jesús”. Eso los maravillaba. No fue por sus virtudes, nombres o títulos, no llevaban boletas de propaganda con sus rostros; no era su fama o proyecto lo que cautivaba y salvaba a la gente. La alegría de los discípulos nacía de la certeza de hacer las cosas en nombre del Señor, de vivir su proyecto, de compartir su vida; y esta les había enamorado tanto que les llevó también a compartirla con los demás.

Y resulta interesante constatar que Jesús resume la actuación de sus discípulos hablando de la victoria sobre el poder de Satanás, un poder que desde nosotros solos jamás podremos vencer, pero sí podremos en el nombre de Jesús. Cada uno de nosotros puede dar testimonio de esas batallas, y también de algunas derrotas.

Cuando ustedes mencionan la infinidad de campos donde realizan su acción evangelizadora, están librando esa lucha en nombre de Jesús. En su nombre, ustedes vencen el mal, cuando enseñan a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñan con sencillez el Evangelio y el catecismo. Cuando visitan y asistan a un enfermo o brindan el consuelo de la reconciliación. En su nombre, ustedes vencen al dar de comer a un niño, al salvar una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia.

Es un combate, un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación; también es llevar la presencia de Dios cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas evitando su uso o explotación; y también los signos de su victoria cuando plantan un árbol, o hacen llegar el agua potable a una familia. ¡Qué signo del mal derrotado es cuando ustedes se dedican a que miles de personas recuperen la salud! ¡Continúen dando estas batallas, pero siempre en la oración y en la alabanza, en la alabanza de Dios!

La lucha también la vivimos en nosotros mismos. Dios desbarata la influencia del mal espíritu, ese que tantas veces nos transmite ‘una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión y que puede llevarnos a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida. A veces sucede que la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión por la Evangelización’ (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 78).

Así, más que hombres y mujeres de alabanza, podemos transformarnos en “profesionales de los sagrado”. Derrotemos al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión (cf. ibíd., 76). ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!

Queridos hermanos y hermanas: Jesús alaba al Padre porque ha revelado estas cosas a los “pequeños”. Somos pequeños porque nuestra alegría, nuestra dicha, es precisamente esta revelación que Él nos ha dicho; el sencillo “ve y escucha” lo que ni sabios, ni profetas, ni reyes pueden ver y escuchar: la presencia de Dios en en los pacientes y afligidos, en los que tienen hambre y sed de justicia, en los misericordiosos (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23).

Dichosos ustedes, dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios.

Transmitidles a sus comunidades mi cariño y cercanía, mi oración y bendición. En esta bendición que les daré en nombre del Señor los invito a que piensen en sus comunidades, en sus lugares de misión, para que el Señor siga diciendo bien a todas esas personas, allí donde se encuentren. Que ustedes puedan seguir siendo signo de su presencia viva en medio nuestro.

Y por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí. Gracias.

El Papa pide a sacerdotes y religiosas vencer a Satanás para no perder “alegría misionera”

El Papa Francisco pidió derrotar el mal espíritu de Satanás a los sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas para que no les robe “la alegría misionera”.

Esas fueron sus palabras este 8 de septiembre durante el encuentro con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de Madagascar, realizado en el campo deportivo del Colegio Saint Michel de Antananaribo.

A los presentes les pidió no dejarse robar “la alegría misionera” y que sean “hombres y mujeres de alabanza”, mas no “profesionales de lo sagrado”.

“Derrotemos al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión. ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!”, exhortó el Papa.

Previamente, el Santo Padre visitó “la ciudad de la amistad”, Akamasoa, en donde se reunió con 8.000 niños en el auditorio de Manantenasoa. Entre las diferentes muestras de cariño, los jóvenes bailaron y entonaron en español la canción “Dios está aquí”.

Akamasoa, que significa “buenos amigos” en español, es una iniciativa fundada en 1989 por el misionero argentino Pedro Opeka, en donde viven 25 mil personas. Muchas de éstas trabajan allí mismo.

Tras el encuentro con los niños, el Papa se trasladó a la Cantera de Mahatazana, gestionada por “la ciudad de la amistad”, en donde trabajan alrededor de 700 personas, y donde también se alza un monumento al Sagrado Corazón de Jesús.
Memoria agradecida

En su discurso a los sacerdotes, religiosas y seminaristas el Papa los invitó a tener una “memoria agradecida” por “todos aquellos que no tuvieron miedo y supieron apostar por Jesucristo y su Reino”.

“Ustedes hoy son parte de su heredad. Antes de ustedes, están las raíces, las raíces de la Evangelización aquí. Ustedes son la herencia, luego dejarán la herencia a los que vengan después”, sostuvo.

Por ello, Francisco recordó en particular a “los lazaristas, los jesuitas, las hermanas de San José de Cluny, los hermanos de las escuelas cristianas, los misioneros de La Salette y todos los demás pioneros, obispos, sacerdotes y consagrados”.

“Pero también de tantos laicos que, en los momentos difíciles de persecusión, cuando muchos misioneros y consagrados tuvieron que partir, fueron quienes mantuvieron viva la llama de la fe en estas tierras”, dijo el Pontífice.

Asimismo, el Papa les agradeció el haber elegido “permanecer y estar al lado de su pueblo, con su pueblo. Gracias por esto. Muchas gracias por su testimonio y por querer quedarse ahí y no hacer de la vocación un ‘pasaje a una mejor vida’. Gracias por esto”.

Luego, el Santo Padre advirtió que “muchas veces podemos caer en la tentación de pasar horas hablando de los “éxitos” o “fracasos”, de la “utilidad” de nuestras acciones, o la “influencia” que podamos tener en la sociedad.

“Discusiones que terminan ocupando el primer lugar y el centro de toda nuestra atención. Esto que nos conduce —no pocas veces— a soñar con planes apostólicos más grandes, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados que terminan por negar nuestra historia —al igual que la de su pueblo— que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa”, señaló.

En este sentido, Francisco resaltó que “la alegría de los discípulos nacía de la certeza de hacer las cosas en nombre del Señor, de vivir su proyecto, de compartir su vida; y esta les había enamorado tanto que les llevó también a compartirla con los demás”.

Poder de Satanás

“Y resulta interesante constatar que Jesús resume la actuación de sus discípulos hablando de la victoria sobre el poder de Satanás, un poder que desde nosotros solos jamás podremos vencer, pero sí podremos en el nombre de Jesús. Cada uno de nosotros puede dar testimonio de esas batallas, y también de algunas derrotas”, explicó.

De este modo, el Santo Padre aseguró que en el nombre de Jesús se vence el mal: “En su nombre, ustedes vencen el mal, cuando enseñan a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñan con sencillez el Evangelio y el catecismo. Cuando visitan y asistan a un enfermo o brindan el consuelo de la reconciliación. En su nombre, ustedes vencen al dar de comer a un niño, al salvar una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia”.

“Es un combate, un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación; también es llevar la presencia de Dios cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas evitando su uso o explotación; y también los signos de su victoria cuando plantan un árbol, o hacen llegar el agua potable a una familia”, afirmó el Papa.

Finalmente, el Santo Padre animó a los religiosos a continuar “dando estas batallas, pero siempre en la oración y en la alabanza, en la alabanza de Dios”.

“Dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios”, añadió.

Tras haber concluido el último discurso de su viaje en Madagascar, el Papa Francisco quiso agradecer al P. Marcel, quien fue su traductor durante esta visita, “agradecer por el modo preciso y la libertad de darle sentido a las palabras”.

Al término de este encuentro, el Papa se dirigió a la capilla del Colegio Saint Michel para reunirse en forma privada con los jesuitas que viven en Madagascar.

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