El Papa Francisco presidió este domingo 6 de octubre en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa de apertura de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica, conocida también como Sínodo de la Amazonía, y que se desarrollará en el Vaticano hasta el próximo 27 de octubre.
En la Misa, en la que han participado también los 13 nuevos Cardenales creados en el consistorio celebrado ayer sábado 5 de octubre, el Santo Padre contrapuso el fuego de Dios, “que ilumina, calienta y da vida”, al fuego del mundo, “que destruye”.
El Santo Padre destacó la importancia del Sínodo “para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonía, de modo que no se apague el fuego de la misión”. Asimismo, recordó que “muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia. Por ellos, con ellos, caminemos juntos”.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
El apóstol Pablo, el mayor misionero de la historia de la Iglesia, nos ayuda a “hacer Sínodo”, a “caminar juntos”. Lo que escribe Timoteo parece referido a nosotros, pastores al servicio del Pueblo de Dios.
Ante todo, dice: «Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2 Tm 1,6). Somos obispos porque hemos recibido un don de Dios. No hemos firmado un acuerdo, no nos han entregado un contrato de trabajo “en propia mano”, sino la imposición de manos sobre la cabeza, para ser también nosotros manos que se alzan para interceder y se extienden hacia los hermanos.
Hemos recibido un don para ser dones. Un don no se compra, no se cambia y no se vende: se recibe y se regala. Si nos aprovechamos de él, si nos ponemos nosotros en el centro y no el don, dejamos de ser pastores y nos convertimos en funcionarios: hacemos del don una función y desaparece la gratuidad, así terminamos sirviéndonos de la Iglesia para servirnos a nosotros mismos. Nuestra vida, sin embargo, por el don recibido, es para servir. Lo recuerda el Evangelio, que habla de «siervos inútiles» (Lc 17,10).
Es una expresión que también puede significar «siervos sin utilidad». Significa que no nos esforzamos para conseguir algo útil para nosotros, un beneficio, sino que gratuitamente damos porque lo hemos recibido gratis (cf. Mt 10,8). Toda nuestra alegría será servir porque hemos sido servidos por Dios, que se ha hecho nuestro siervo. Queridos hermanos, sintámonos convocados aquí para servir, poniendo en el centro el don de Dios.
Para ser fieles a nuestra llamada, a nuestra misión, san Pablo nos recuerda que el don se reaviva. El verbo que usa es fascinante: reavivar literalmente es “dar vida al fuego” [anazopurein]. El don que hemos recibido es un fuego, es un amor ardiente a Dios y a los hermanos. El fuego no se alimenta por sí solo, muere si no se mantiene vivo, se apaga si las cenizas lo cubren.
Si todo permanece como está, si nuestros días están marcados por el “siempre se ha hecho así”, el don desaparece, sofocado por las cenizas de los temores y por la preocupación de defender el status quo. Pero «la Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de “mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (BENEDICTO XVI, Exhort. apost. postsin. Verbum Domini, 95). Porque la Iglesia está siempre en camino, siempre en salida, nunca cerrada en sí misma. Jesús no ha venido a traer la brisa de la tarde, sino el fuego sobre la tierra.
El fuego que reaviva el don es el Espíritu Santo, dador de los dones. Por eso san Pablo continúa: «Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros (2 Tm 1,14). Y también: «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de prudencia» (v. 7).
No es un espíritu cobarde, sino de prudencia. Alguno piensa que la prudencia es una aduana, una virtud que lo para todo para no equivocarse. No. La prudencia es virtud cristiana, es virtud de vida. También es la virtud del gobierno. Pablo contrapone la prudencia a la cobardía. ¿Qué es entonces esta prudencia del Espíritu? Como enseña el Catecismo, la prudencia «no se confunde ni con la timidez o el temor», si no que «es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo» (n. 1806). La prudencia no es indecisión, no es una actitud defensiva.
Es la virtud del pastor, que, para servir con sabiduría, sabe discernir, sensible a la novedad del Espíritu. Entonces, reavivar el don en el fuego del Espíritu es lo contrario a dejar que las cosas sigan su curso sin hacer nada. Y ser fieles a la novedad del Espíritu es una gracia que debemos pedir en la oración. Que Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé su prudencia audaz, inspire nuestro Sínodo para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonia, de modo que no se apague el fuego de la misión.
El fuego de Dios, como en el episodio de la zarza ardiente, arde, pero no se consume (cf. Ex 3,2). Es fuego de amor que ilumina, calienta y da vida, no fuego que se extiende y devora. Cuando los pueblos y las culturas se devoran sin amor y sin respeto, no es el fuego de Dios, sino del mundo. Y, sin embargo, cuántas veces el don de Dios no ha sido ofrecido sino impuesto, cuántas veces ha habido colonización en vez de evangelización. Dios nos guarde de la avidez de los nuevos colonialismos.
El fuego aplicado por los intereses que destruyen, como el que recientemente ha devastado la Amazonia, no es el del Evangelio. El fuego de Dios es calor que atrae y reúne en unidad. Se alimenta con el compartir, no con los beneficios. El fuego devorador, en cambio, se extiende cuando se quieren sacar adelante solo las propias ideas, hacer el propio grupo, quemar lo diferente para uniformar todos y todo.
Reavivar el don; acoger la prudencia audaz del Espíritu, fieles a su novedad; san Pablo dirige una última exhortación: «No te avergüences del testimonio […]; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1,8). Pide testimoniar el Evangelio, sufrir por el Evangelio, en una palabra, vivir por el Evangelio. El anuncio del Evangelio es el primer criterio para la vida de la Iglesia. Es su misión, su identidad. Poco después Pablo escribe: «Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación» (4,6).
Anunciar el Evangelio es vivir el ofrecimiento, es testimoniar hasta el final, es hacerse todo para todos (cf. 1 Cor 9,22), es amar hasta el martirio. Agradezco a Dios porque en el Colegio Cardenalicio hay algunos hermanos Cardenales mártires, que han experimentado en la vida la Cruz del martirio. De hecho, subraya el Apóstol, se sirve el Evangelio no con la potencia del mundo, sino con la sola fuerza de Dios: permaneciendo siempre en el amor humilde, creyendo que el único modo para poseer de verdad la vida es perderla por amor.
Queridos hermanos: Miremos juntos a Jesús Crucificado, su corazón traspasado por nosotros. Comencemos desde allí, porque desde allí ha brotado el don que nos ha generado; desde allí ha sido infundido el Espíritu Santo que renueva (cf. Jn 19,30). Desde allí sintámonos llamados, todos y cada uno, a dar la vida.
Muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia. Muchos hermanos y hermanas en Amazonía han entregado su vida.
Permitidme que repita las palabras de nuestro amado Cardenal Hummes, cuando llega a las pequeñas ciudades de la Amazonía, acude a los cementerios, a buscar las tumbas de los misioneros. Un gesto de la Iglesia por aquellos que han entregado la vida en la Amazonía. Y luego, con un poco de picardía, dice al Papa: ‘No se olvide de ellos. Se merecen ser canonizados’.
Por ellos, por aquellos que han dado su vida, con ellos, caminemos juntos.
Al inaugurar el Sínodo de la Amazonía el Papa pide reavivar el fuego de la misión
El Papa Francisco abrió el Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía este domingo 6 de octubre con una Misa celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano en la que pidió que la Asamblea Sinodal sirva “para renovar los caminos de la Iglesia en la Amazonía, de modo que no se apague el fuego de la misión”.
La Misa, celebrada con gran solemnidad, contó con la presencia de los 13 nuevos Cardenales creados en el Consistorio celebrado ayer sábado 5 de octubre, y de representantes de los pueblos originarios de la Amazonía.
De hecho, algunos miembros de los pueblos indígenas presentaron al Papa las ofrendas durante el ofertorio.
En su homilía, el Santo Padre contrapuso el fuego de Dios al fuego del mundo. “El fuego de Dios, como en el episodio de la zarza ardiente, arde, pero no se consume. Es fuego de amor que ilumina, calienta y da vida, no fuego que se extiende y devora”.
En cambio, “cuando los pueblos y las culturas se devoran sin amor y sin respeto, no es el fuego de Dios, sino del mundo”.
“Y, sin embargo, cuántas veces el don de Dios no ha sido ofrecido sino impuesto, cuántas veces ha habido colonización en vez de evangelización. Dios nos guarde de la avidez de los nuevos colonialismos”.
Advirtió que “el fuego aplicado por los intereses que destruyen, como el que recientemente ha devastado la Amazonia, no es el del Evangelio. El fuego de Dios es calor que atrae y reúne en unidad. Se alimenta con el compartir, no con los beneficios. El fuego devorador, en cambio, se extiende cuando se quieren sacar adelante solo las propias ideas, hacer el propio grupo, quemar lo diferente para uniformar todos y todo”.
El Papa Francisco hizo un llamado a los Obispos a reavivar el fuego de Dios, porque “el fuego no se alimenta por sí solo, muere si no se mantiene vivo, se apaga si las cenizas lo cubren”.
El Papa recordó a los Obispos que “somos Obispos porque hemos recibido un don de Dios”.
“Hemos recibido un don para ser dones. Un don no se compra, no se cambia y no se vende: se recibe y se regala. Si nos aprovechamos de él, si nos ponemos nosotros en el centro y no el don, dejamos de ser pastores y nos convertimos en funcionarios: hacemos del don una función y desaparece la gratuidad, así terminamos sirviéndonos de la Iglesia para servirnos a nosotros mismos”.
El Pontífice pidió a los Obispos que renueven ese don, porque “si todo permanece como está, si nuestros días están marcados por el ‘siempre se ha hecho así’, el don desaparece, sofocado por las cenizas de los temores y por la preocupación de defender el status quo”.
El Papa Francisco finalizó su homilía recordando que “muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia”.
“Muchos hermanos y hermanas en Amazonía han entregado su vida”, afirmó para pedir “un gesto de la Iglesia por aquellos que han entregado la vida en la Amazonía. Por ellos, por aquellos que han dado su vida, con ellos, caminemos juntos”, finalizó.
Papa Francisco: El hombre de fe se somete completamente a Dios
El Papa Francisco afirmó que “el hombre de fe se somete completamente a Dios sin cálculos ni pretextos”.
Así lo señaló este domingo 6 de octubre durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
En su alocución previa al rezo, el Santo Padre señaló que “la medida de la fe es el servicio”, y el mismo Jesús, mediante dos parábolas, explica “cómo podemos comprender si verdaderamente tenemos fe, es decir, si nuestra fe, aunque minúscula, es genuina, pura, auténtica”.
Esas dos parábolas son la del grano de mostaza y la del siervo disponible, que Jesús narra a sus discípulos como respuesta a su petición de “auméntanos la fe”, una petición que, según el Santo Padre, puede ser “una bella oración que debemos rezar mucho a lo largo del día: ‘Señor, auméntanos la fe’”.
En la primera parábola Jesús dice a sus discípulos que “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido”.
Francisco recordó que “el sicómoro es un árbol robusto, bien enraizado en la tierra y resistente a los vientos. Jesús, por lo tanto, quiere hacer comprender que la fe, incluso si es pequeña, puede tener la fuerza de arrancar un sicómoro y, después trasplantarlo en el mar, que es, algo todavía más improbable: nada es imposible para el que tiene fe, porque no se fía de sus propias fuerzas, sino de las de Dios, que todo lo puede”.
“La fe como un grano de mostaza no es una fe grande, segura de sí, no presumen de ser un gran creyente, no aparenta. No. Es una fe que en su humildad tiene una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe que nos da la capacidad de mirar con esperanza a los sucesos de la vida, que nos ayuda a aceptar incluso los fracasos y los sufrimientos, en la conciencia de que el mal no tiene la última palabra”.
La segunda parábola, la del siervo disponible, es la que muestra cómo el servicio es la medida de la fe. Se trata de una parábola “que en un primer momento resulta un poco desconcertante”, reconoció Francisco, “porque presenta la figura de un padrón prepotente e indiferente”.
Ese padrón “no tiene piedad de su siervo que regresa cansado de los campos y que, sin embargo, le ordena que le prepare de comer y sólo luego le permite sentarse. Pero, precisamente, este modo de actuar del padrón resalta el verdadero centro de la parábola, es decir, la actitud de disponibilidad del siervo. Jesús quiere decir que así es el hombre de fe ante Dios: se somete completamente a su voluntad sin cálculos o pretextos”.
“Esta actitud hacia Dios se refleja también en el modo de comportarse en comunidad: se refleja en la alegría de estar al servicio unos de otros, encontrando en ello la propia recompensa y no en los reconocimientos o en las ganancias que de ellos se pueda derivar. Es eso lo que enseña Jesús al finalizar esta narración: ‘Cuando hayáis hecho todo aquello que se os ha ordenado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’. Siervos inútiles, es decir, sin pretextos para ser felicitados, sin reivindicaciones”.
El Papa Francisco finalizó subrayando que esa expresión, ‘Somos siervos inútiles, es una muestra “de humildad y de disponibilidad que hace mucho bien a la Iglesia y que remite a la actitud justa para su modo de actuar: el servicio humilde del cual ha dado ejemplo Jesús lavando los pies a los discípulos”.
El Papa Francisco pidió a los fieles que recen por los frutos del Sínodo sobre la Amazonía que comenzó este domingo 6 de octubre con una Misa celebrada por el Santo Padre y que concluirá el próximo 27 de octubre.
Al finalizar el rezo del Ángelus desde la ventana de los apartamentos pontificios en el Palacio Apostólico del Vaticano, el Pontífice se dirigió a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro y señaló que “a lo largo de tres semanas, los Padres sinodales, reunidos entorno al sucesor de Pedro, reflexionarán sobre la misión de la Iglesia en Amazonía, sobre la evangelización y sobre la promoción de una ecología integral”.
“Os pido que acompañéis con la oración este evento eclesial para que se viva en comunión fraterna y con docilidad al Espíritu Santo, que siempre nos muestra los caminos para dar testimonio del Evangelio”, fueron sus palabras.
Los trabajos del Sínodo, en el que se debatirán diferentes asuntos referidos a la evangelización de los pueblos de la Amazonía, la defensa del medio ambiente y la promoción de los derechos de sus habitantes, comenzarán mañana lunes 7 de octubre con un saludo del Papa Francisco previo a la sesión inicial.